El síndrome de la fatiga de la contrasena

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Patricia Lanza

Son tantas que no sólo se te olvida cuál es, incluso a veces ni siquiera recuerdas que tenías una contraseña para algún sitio determinado.

Y es que son cientos las contraseñas que a día de hoy debemos crear y recordar. Para el banco, el acceso al mail o cuentas en redes sociales, páginas de compras, tarjeta de crédito, activar y desactivar la alarma de casa, cursos on-line, encender el móvil... Podríamos estar contando hasta el infinito.

Los expertos nos insisten una y otra vez de la importancia de crear contraseñas seguras. Esto supone que cuando creamos contraseñas deberíamos asegurarnos de que cumplen estos requisitos:

  • Tener 8 caracteres como mínimo.
  • No contener ni nombres ni palabras completas existentes en el idioma.
  • Excluir información personal como fechas de cumpleaños o nombres de hijos o mascotas.
  • Incluir letras mayúsculas, minúsculas, números y símbolos del teclado.
  • Tener una contraseña distinta para cada cosa.
  • No compartirlas ni almacenarlas en lugares públicos o de fácil acceso para otras personas.
  • Cambiarlas a menudo.

Tan importante es que las contraseñas sean difíciles de averiguar que hay hasta páginas y programas desarrollados sólo para crearlas bajo estos principios. Incluso para determinar su nivel de seguridad.

De este modo, te ponen de ejemplo contraseñas como ésta: Mn'kant6ehlB@dm1nt()n. Te dicen que es sencilla, porque es una variación (intercalando símbolos y eliminando letras) de una frase que puede tener relación con nosotros: Me encanta el bádminton.

Pero, seamos realistas, ¿quién es capaz de hacer esto? Si fueran una o dos... Quizás entonces...

Porque, sinceramente, difícil me resultaría recordar que "Me encanta el bádminton" es la frase asociada a, por ejemplo, mi contraseña del correo electrónico, pero ya la transformación en Mn'kant6ehlB@dm1nt()n me parece poco menos que surrealista.

Con todo esto es normal que se genere lo que ahora los expertos denominan el "síndrome de la fatiga de la contraseña". Muchos nos sentimos incapaces para recordar tanta información y, menos aún, para seguir todas estas normas. Claramente sobrepasados por tanta información y el miedo a que se olvide una contraseña importante (con lo que esto puede suponer) optamos por usar "contraseña", "qwerty", nuestra fecha de cumpleaños o el nombre de nuestra mascota para todos y cada uno de los sitios que nos exigen una contraseña. Puede que un alarde de buena memoria hayamos creado dos distintas que distribuyamos con una lógica aplastante como: "Ésta que es más difícil (la fecha del cumpleaños de mi hija + el nombre de mi perro) para los sitios importantes y los menos relevantes se pueden apañar con 12345". Vamos, que hacemos todo lo que no se debe hacer.

Sabemos positivamente que es una temeridad, sobre todo cuando estamos hablando de la contraseña del banco o de nuestro correo electrónico, pero... ¡qué sea lo que Dios quiera! Total, si alguien quiere hackearnos la cuenta, lo va a hacer de todos modos...

Porque ni todas las reglas mnemotécnicas juntas pueden ayudarnos con esto. Es sencillamente imposible. Nuestro cerebro está colapsado con tanto número, letra, símbolo... Hasta las figuras geométricas se nos atragantan ya. Claramente sufrimos el síndrome de la fatiga de la contraseña. 

Y mientras tanto, sólo podemos cruzar los dedos para que alguien invente un sistema que, manteniendo la seguridad, nos ahorre tener que incluir más datos en un cerebro ya de por sí desbordado de información.

 

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