Comprando felicidad

¿Se puede comprar la felicidad? Parece ser que sí.

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Patricia Lanza

Aunque he escrito varios posts defendiendo lo contrario, siempre te queda la duda de si teniendo mucho dinero serías más feliz. Es cierto que no me interesa mucho tener una casa más grande, ni un coche más potente, ni ropa de marca, ni mucha otra parafernalia que, realmente pienso que es imposible que te haga sentir realmente mejor. Lo que sí me atrae es eso que vende el anuncio de los Euromillones: "La libertad es el premio". Porque, en el fondo, creo que eso es lo más valioso: tener la posibilidad de hacer lo que quieras cuando quieras. Sin ataduras de ningún tipo.

Con estas dudas sobre mi cabeza, que evidentemente va a ser difícil que pueda resolver mediante una prueba empírica (pero no os preocupéis, que si me tocan 100 millones de euros ya os contaré cómo me va), me topé con un vídeo interesante sobre cómo sí nos puede hacer más felices ganar la lotería.

Para los que no podáis o no os apetezca ver el vídeo (entiendo que casi 11 minutos en estos tiempos es mucho vídeo), os resumo las ideas más importantes.

En esta breve charla, Michael Norton, un investigador de ciencias sociales, nos cuenta cómo el dinero sí que puede comprar la felicidad.

Comienza explicando lo que muchos ya sabemos: la mayoría de los ganadores de la lotería son personas actualmente arruinadas y aisladas socialmente. Aunque así, a bote pronto, parece imposible que alguien se arruine teniendo 100 millones en el banco, cuando tantas personas viven con menos de 1000 euros al mes, la realidad es que pasa más a menudo de lo que debería. Y es el que el tema es muy simple: da igual lo que tengamos, lo importante es que los gastos se mantengan por debajo de esa cantidad X que nos permitiría ahorrar. Y, por supuesto, nunca puede ser X+1, porque implica gastar más de lo que se tiene.

Pero en el caso de los ganadores de mucho dinero, además de esa especie de locura por gastar que se produce, se le une el hecho de que familiares, amigos y desconocidos parece que se alían en una cruzada común para pedir dinero. Así que, poco a poco, como Gollum, los ganadores de lotería se aferran a su tesoro, viendo a los demás como una amenaza y alejándose de ellos.

La consecuencia de estas dos cosas juntas (el gasto desproporcionado más la evitación de amigos y conocidos que vienen a pedir), hace que la mayoría acaben endeudados y aislados. No es precisamente una perspectiva halagüeña ni deseable. Y desde luego, dista mucho de la felicidad.

Así que después de que el grupo de investigación de Michael Norton preguntara a muchas personas "qué harían si ganaran la lotería" y recibieran un montón de respuestas curiosas (y alguna absurda), comprobando que la mayoría gastaría el dinero en sí misma, decidieron hacer un experimento.

Querían saber qué pasaría si el dinero ganado se invirtiera en otros en lugar de uno mismo. Para ello, repartieron entre estudiantes de un campus sobres con 5 y 20 dólares. En algunos casos, el dinero iba acompañado de una nota pidiendo que se lo gastaran en ellos mismos ese mismo día. En otros casos, se pedía que el gasto se hiciera en otra persona. Después se les preguntó sobre cómo se habían sentido.

En los casos en los que las personas habían gastado el dinero más "egoístamente", no había habido ningún cambio en su estado de ánimo. Sin embargo, en todos los casos en que el dinero se había gastado en otros (independientemente de que hubieran sido 5 ó 20 dólares), la persona se sentía más feliz.

Para comprobar que esas diferencias no tenían que ver con temas culturales, se hizo otro experimento similar en distintas partes del mundo. De nuevo, daba lo mismo que fuera en Uganda o Canadá, siempre que el dinero era gastado en otros, conocidos o desconocidos, el sentimiento de bienestar y felicidad incrementaba.

En  136 países se preguntó: "¿Ha donado dinero recientemente?" y "¿Cómo eres de feliz en general?". En prácticamente todos los países del mundo la correlación entre dar dinero a otros y sentirse mejor fue positiva.

También se han hecho experimentos en entornos laborales y se ha comprobado que los incentivos personales no resultan tan beneficiosos para la cohesión y los resultados obtenidos como aquellos que se invierten en todos los miembros del equipo de forma conjunta.

Así que, la conclusión parece sencilla: el dinero sí nos puede hacer felices. Pero sólo cuando lo usamos generosamente. Por lo tanto, quizás no se necesario que nos toquen un montón de millones sino simplemente gastar algo de lo que tenemos en otros.

Yo, de todos modos, sigo queriendo experimentar qué se siente si te tocan 100 millones. Luego, ya vería qué hago con ellos.

 

 

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