Estrés postvacacional

Quien más y quien menos experimentamos un cierto malestar ante la perspectiva del fin de las vacaciones y el comienzo de este último cuatrimestre del año, que por lo general suele ser bastante intenso.

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Nuria Fernández López

Por ello y para prevenir males mayores, hagamos un repaso de cómo el estrés nos afecta.
Ya todos sabemos que el estrés no es algo negativo en sí mismo, sino que puede ser positivo en tanto que nos ayuda a estar alerta, motivados y centrados en la tarea que nos ocupa, pero cuando rebasamos la línea de sobreactivación, causa estragos en nuestro organismo.
Experimentar estrés forma parte de los altibajos emocionales que todos experimentamos, ya que las fuentes de estrés en nuestro día a día pueden ser muchas. Nuestro entorno, nuestro cuerpo, nuestros propios pensamientos, cómo vemos el mundo que nos rodea son algunas de estas fuentes.
Cuando experimentamos estrés lo que ocurre es que nuestro sistema nervioso manda instrucciones al cuerpo para que libere las hormonas del estrés (adrenalina y cortisol), que producen cambios fisiológicos que tienen como fin ayudarnos a hacer frente a la amenaza o al peligro que vemos, es lo que se llama "respuesta de estrés". En situaciones normales esta activación suele ser corta, el cuerpo recupera el equilibrio y volvemos a sentirnos tranquilos otra vez. La cosa se complica cuando experimentamos estrés demasiado a menudo o durante demasiado tiempo, entonces la activación continua del sistema nervioso acaba provocando un desgaste del organismo.
En estos casos empezamos a acusar síntomas respiratorios del tipo, nos cuesta más respirar y lo hacemos más deprisa en un intento de llevar rápidamente sangre rica en oxígeno al cuerpo, podemos tener sensación de falta de aire, la respiración puede acelerarse y ser más superficial, de manera que el aire aspirado sea mínimo, lo cual puede desembocar en una hiperventilación.
Por otro lado, el sistema inmunitario, musculoesquelético y endocrino sufren también las consecuencias del estrés. Debido a los efectos del cortisol liberado en el organismo, nos volvemos más vulnerables a las infecciones y a las inflamaciones crónicas. Nuestra capacidad de defendernos de las enfermedades se reduce. Los músculos se tensan, la tensión muscular repetida puede provocar molestias y dolores en el cuerpo, y cuando esto ocurre en los hombros, el cuello y la cabeza, puede resultar en cefaleas y migrañas por tensión. Cuando el estrés es agudo, la frecuencia cardíaca y la presión sanguínea suben, pero vuelven a la normalidad una vez este ha cesado. Pero si experimentamos estrés agudo repetidamente o si el estrés se convierte en crónico (si se prolonga durante un periodo largo de tiempo), acaba provocando daños en venas y arterias. Lo que incrementa el riesgo de sufrir hipertensión o infartos.
El sistema endocrino que desempeña un importante papel en la regulación del estado de ánimo, el crecimiento y el equilibrio de todo nuestro cuerpo, también resulta afectado. Las señales de estrés disparan la liberación de las hormonas del estrés, cortisol y epinefrina, el hígado produce azúcar sanguíneo (glucosa) para abastecernos de la energía que nos permita enfrentarnos a la situación estresante, y aunque la mayoría de las personas reabsorben la glucosa suplementaria cuando el estrés disminuye, para otras puede suponer un mayor riesgo de diabetes.
Podemos sufrir dolor y ardor de estómago, reflujo ácido, hinchazón y náuseas, diarrea o estreñimiento.

 


Hasta aquí algunos de los efectos directos sobre nuestro organismo, pero la cosa no acaba ahí ya que también el estrés tiene efectos claramente dañinos sobre nuestra mente y bienestar emocional.
El estrés provoca que nos sintamos más cansados, con más cambios de humor o más irritables, provoca hiperexcitación, dificultades para dormir, entre otros síntomas. Esto repercute directamente en nuestra capacidad de concentración, de atención, del aprendizaje y en la memoria.

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