Morir con dignidad es un derecho del siglo XXI.

La Medicina está a nuestro lado no sólo para curarnos sino para cuidarnos, sobre todo, en el final de la vida. 

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Ana María Mora

 

El viernes pasado acudí a una conferencia que nos acercó a los Derechos Sanitarios al final de la vida. No éramos muchas personas, unas treinta curiosas e inquietantes miradas hacia los ponentes que comenzaron su exposición con una afirmación breve y contundente: Morir con dignidad es un derecho del siglo XXI.

En el ajetreo de la vida diaria, en medio de nuestras luchas caseras, profesionales y sociales, este derecho puede parecer algo secundario. Sin embargo, todos sabemos que morir es algo consustancial a la vida, a lo que nos vamos aproximando y de manera no evitable.

Tampoco es muy habitual plantearnos cuestiones acerca de nuestra muerte hasta que nos topamos de cara con ella a través de una historia familiar, de un amigo... La vemos entonces, hablamos un rato de ella, lloramos y reímos con ella pero nuestros duelos se rompen pronto porque el mandato social así nos los exige. No hay tiempo para llorar la muerte cuando tenemos tanto que hacer en la vida.

Pero creo que es importante hablar y sobre todo pensar en ello. Desde que la Medicina avanza imparable en su reto de facilitarnos una larga vida, las personas nos cuestionamos cuál es la razón de ser de la misma en el final: ¿Curar o cuidar? Cuando la enfermedad no tiene solución y conduce directamente a la muerte, esos cuidados médicos cobran toda la importancia que alcancemos a imaginar. Y para ello están los Cuidados Paliativos.

La OMS recoge estos cuidados   como un  "Enfoque que mejora la calidad de vida de pacientes y familias que se enfrentan a los problemas asociados con enfermedades amenazantes para la vida, a través de la prevención y alivio del sufrimiento por medio de la identificación temprana e impecable evaluación y tratamiento del dolor y otros problemas, físicos, psicológicos y espirituales".

Y tenemos derechos en el final de nuestra vida. Se puede rechazar un tratamiento, pedir que se limite el esfuerzo terapéutico o que se inicien medidas que aseguren el confort del paciente en su fase final. Preservar, en todo caso, la libertad para decidir sobre nuestra vida y nuestra muerte.

Y tenemos una herramienta para gestionar estos derechos: el Testamento Vital o instrucciones previas que "recoge los deseos que una persona manifiesta anticipadamente sobre el cuidado y tratamiento de su salud o el destino de su cuerpo, para que esa voluntad se cumpla en el momento en que esa persona llegue a determinadas situaciones clínicas, al final de su vida, que le impidan expresar su voluntad personalmente".

Creo que una vida digna conlleva una muerte digna y que somos libres y responsables para decidir qué y cómo queremos que sean nuestros últimos tiempos y  la medicina está ahí para ayudarnos, cuidarnos y facilitarnos una buena muerte.

 

 

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