Una cosa es proyectar y otra ejecutar.

Un año por delante para cumplir los propósitos personales.

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Nuria Fernández López

Comenzado un nuevo año, y con él la tradicional lista de propósitos, ir al gimnasio, mejorar la alimentación, viajar, estar más tiempo con los nuestros, hacer más caso a los hijos, dejar de fumar o aprender cosas nuevas. Sin embargo, pese a nuestra buena voluntad, la mayoría suelen quedarse a mitad de camino y algunos no pasan del intento. Si realmente queremos conseguir nuestros propósitos no es suficiente con cerrar los ojos y desearlo muy fuerte. Además de las ganas, es necesario desarrollar algunos comportamientos y sobre todo, ciertas actitudes.

Como punto de partida y antes de adquirir compromisos, es conveniente empezar por hacer un balance del año que termina. Mirando cómo ha evolucionado el período anterior, lo que hemos conseguido y lo que no, cómo nos hemos comportado, que hemos hecho y que hemos sólo deseado hacer, hacemos que nuestros objetivos sean lo más realistas posibles.

Una vez tenemos esta fotografía,  el siguiente paso es delimitar bien nuestros objetivos en relación a nuestras capacidades, posibilidades y realidades, con ello nos aproximaremos a lo que resulta vital en cualquier planificación, que no es otra cosa que trabajar con objetivos realistas. Conseguir un equilibrio entre el deseo y la realidad siempre es complicado, pero tener expectativas irreales sólo puede generarnos frustración. Es fundamental ser honestos con nosotros mismos, ya que sólo conseguiremos llevar a cabo aquello de lo que realmente estemos convencidos y tengamos capacidad para hacerlo.

Una vez tengamos claro el objetivo, es importante planificar la manera de llevarlo a cabo, e incluirlo en nuestra agenda con concreción, teniendo en cuenta  nuestras otras obligaciones y/o necesidades. De nada vale apuntar en la agenda: "Hacer más deporte", lo ideal y lo recomendable sería anotar: "Ir al gimnasio tres días a la semana (lunes, miércoles y viernes), una hora y 30 minutos al día, de 19:00 a 20:30". No te plantees demasiadas cosas al mismo tiempo. Ponernos muchos objetivos, puede agobiar más que si nos planteamos los que realmente son importantes; hay que priorizar también los que sean más motivadores.

 

Es también importante durante el proceso tener la mente abierta y estar abiertos a la necesidad de posibles cambios, sucede con frecuencia que al no poder conseguir nuestro objetivo de forma completa, acabamos abandonando. Hay que tener capacidad de adaptar nuestro plan a nuestra agenda o compromisos.

La clave en todo el proceso está en no desesperar y tolerar la frustración que supone el esfuerzo constante hasta que se ven los resultados. La tolerancia a la frustración es la capacidad que tenemos para responder con autodominio a la diferencia que existe entre la realidad y las expectativas que nos habíamos hecho. La tolerancia a la frustración está relacionada con la capacidad para aceptar dificultades, contratiempos, molestias o retrasos en la satisfacción de los deseos, manejando los sentimientos de ansiedad, tristeza, agitación, resentimiento y enfado, además de la victimización y la culpabilización. Saber diferir las gratificaciones es clave, ya que para conseguir ciertos éxitos hay que saber esperar y trabajar por ellos.

La clave de la motivación para alcanzar tu propósito es tener los motivos claros que no son otra cosa que los beneficios que tendrás al alcanzar esa meta que te has propuesto. Si alguno de los días te entra la apatía y la desgana, no te castigues por ello; y no abandones. Un día malo lo tiene cualquiera, y no pasa nada; se retoma el día siguiente y listo. El todo o nada sólo sirve para producir malestar.

Sea cual sea tu objetivo, no es suficiente con desearlo, todos van a necesitar  de un esfuerzo por tu parte y mucho compromiso, pero mira hacia el horizonte y piensa en que la gratificación también será considerable a medida que te vayas superando y alcanzado metas.

 

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