Invertimos segundos en valorar a otros y esto lo condiciona todo.

La primera impresión no tiene por qué ser definitiva, aunque  puede ser un gran condicionante.

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Nuria Fernández López

Es un hecho innegable que, a los pocos segundos de haber conocido a alguien, incluso sin haber intercambiado ni siquiera una palabra, ya estamos elaborando una teoría sobre quién es y cuál es su personalidad.

La psicóloga de Harvard Amy Cuddy profesora de la Escuela de Negocios de Harvard, después de estudiar durante 15 años las impresiones que se generan en un primer encuentro concluye que para establecer estas primeras conclusiones nos formulamos dos preguntas:

  • ¿Puedo confiar en esta persona?
  • ¿Puedo respetar a esta persona?

Y aunque en los entornos profesionales lo que suele suceder es que se pone todo el foco en la competencia profesional, curiosamente, los factores determinantes de esta primera impresión no están relacionados con la inteligencia ni la capacidad, sino con la confianza. Esta afirmación que puede resultar chocante, tiene todo el sentido ya que como Amy Cuddy señala, la competencia es una cualidad altamente valorada, pero sólo se evalúa después de que se ha establecido que la persona en confiable.

Hay múltiples estudios llevados a cabo dentro de la psicología social que demuestran que después de los primeros 90 segundos emitimos un juicio sobre el otro. Durante este corto periodo de tiempo el cerebro interpreta todo aquello que percibe y finalmente extrae una conclusión. Este proceso mental lo hacemos de manera inconsciente, pero está demostrado que se trata de una estrategia evolutiva ancestral que permitía a los primitivos humanos distinguir al amigo del enemigo. Este aspecto evaluador, por tanto, es un comportamiento atávico, en tanto que el ser humano está programado para realizar una evaluación de todo lo que es novedoso y realizar una clasificación de la información que recibe. Esta habilidad, que en la antigüedad tenía que ver con el instinto de supervivencia, ahora se refleja en la capacidad de confiar.

Los investigadores Sunnafrank y Ramirez (2004) llevaron a cabo una investigación muy interesante con respecto a la primera impresión. Según estos autores un gran número de jóvenes determinaron a primera vista cuál sería el nivel de calidad de la relación con otra persona, lo que indica que las primeras impresiones son un claro instrumento de regulación de futuras relaciones interpersonales y de la toma de decisiones acordes a ellas. A raíz de esta primera impresión, cada persona decide el esfuerzo que invierte a futuro en la relación con otras personas.

Y la cosa va más allá ya que estas primeras impresiones tienden a mantenerse. Hay un interesante estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Cornell (Estados Unidos) con 55 personas en el que llegaron a la conclusión de que nuestras primeras impresiones perduran incluso después de interactuar con la persona cara a cara.

Los participantes en el estudio tuvieron que observar la fotografía de una mujer, y a partir de ella, determinar si la mujer les parecía simpática y también algunos rasgos de su personalidad tales como si pensaban que era extrovertida, agradable, emocionalmente estable y abierta.

Entre uno y seis meses después, se organizó un encuentro cara a cara de cada participante con una de las mujeres de las fotografías. Este cara a cara se prolongó durante veinte minutos, y tras él, los participantes en el experimento tuvieron que volver a evaluar la simpatía y la personalidad de la mujer.

Los investigadores constataron grandes coincidencias entre cómo habían evaluado la fotografía en su día y la evaluación tras la interacción en vivo: si los participantes habían pensado que la persona de la foto tenía una personalidad agradable y era emocionalmente estable y de mente abierta, la impresión fue similar después de la reunión cara a cara. Lo mismo sucedió en el caso de que hubieran prejuzgado a la mujer de la foto como alguien desagradable: el juicio se mantenía de un mes a seis meses más tarde, durante el encuentro en persona.

Lo más curioso es que los participantes, tanto los que valoraban positivamente como los que valoraban negativamente, habían interactuado con la misma mujer. Y, sin embargo, después de veinte minutos de interacción cara a cara, cada cual salió con impresiones drásticamente diferentes de ella.

Los investigadores de este experimento hablan de un fenómeno muy interesante llamado "confirmación del comportamiento" que viene a explicar este hecho, según el cual los participantes tendían a ajustar sus comportamientos a las valoraciones previas, de tal forma que si habían dicho que les gustaba la persona de la fotografía, tendían a interactuar con ella de una manera más amistosa e implicándose más, e igualmente en sentido contrario, si sus valoraciones eran negativas sus propios comportamientos de adaptaban a ello en las interacciones.

Y aunque si somos realistas, sabemos que no es posible abstraernos de la realidad de las primeras impresiones, los datos arrojados por este tipo de investigaciones, nos confirman una vez más que debemos ser muy cautos en cómo regulamos nuestros comportamientos a partir de estas primeras impresiones, ya que aún cuando tengamos confianza ciega en nuestros juicios, estos no dejan de ser más que interpretaciones sesgadas y mediatizadas de la realidad pasadas por nuestros propios filtros.

 

 

 

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