La deshumanización llevada al extremo

El 27 de enero se conmemoraba la liberación en 1945 por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz. Ya sólo nombrarlo provoca escalofríos.

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Nuria Fernández López

Lo sucedido en Auschwitz es un claro ejemplo de hasta donde es capaz de llegar el ser humano si se producen las circunstancias adecuadas.

La gran pregunta que no tiene una explicación sencilla es: ¿Cómo pudo llegar a darse el holocausto judío?

Para empezar, todo tiene su contexto. En ese momento de la historia en Alemania, la clase obrera y la burguesía liberal y católica tenían una actitud negativa y resignada frente a la ideología nazi; en contraste las capas inferiores de la clase media, compuesta por pequeños comerciantes, artesanos y empleados, acogieron con gran entusiasmo la ideología nazi. Los historiadores apuntan a que, si Alemania no hubiera estado aun pagando el precio por haber perdido la I Guerra Mundial, la historia hubiera sido otra. Un coste que suponía que todo el producto del trabajo se destinara a pagar dicha deuda. Es en ese contexto que una parte de la sociedad alemana siguió incondicionalmente aquella ideología: la clase media baja. Esa clase poseía una estructura del carácter social que comprendía una serie de características que eran potentes detonadores si se sabían activar, que fue lo que el nazismo supo manipular: admiración al fuerte, repugnancia al débil, avaricia económica, miseria, falta de recursos monetarios y psicológicos, hostilidad, rencor al extranjero, envidia. Por otro lado, Alemania necesitaba unos culpables de su derrota a los que pudiera vencer, para restaurar parte de su orgullo. Hitler y sus acólitos supusieron muy bien manejar esta realidad, en su mensaje tenían muy claro a quienes señalar, y la gran mayoría no dudó en masacrar a aquellas personas a las que el partido nazi les había colocado una diana. El poder de la oratoria y el conocimiento del funcionamiento del comportamiento social marcaron el curso de la historia.

 

Si nos vamos al campo de la psicología, Philip Zimbardo, psicólogo e investigador del comportamiento humano, reconocido por sus trabajos en psicología social, especialmente por el experimento de la cárcel de Stanford, seleccionó a 24 universitarios voluntarios y los dividió en dos grupos. Ambos iban a vivir en una cárcel simulada, pero con una diferencia sutil: los miembros de uno de los grupos iban a ser los carceleros y los miembros del otro grupo iban a ser los prisioneros.

No habían pasado ni dos días, cuando en el grupo de guardias se empezaron a observar conductas de humillación hacia compañeros que no les habían hecho nada. Así, aquellas conductas se generalizaron tanto y fueron tan degradantes que el experimento duró apenas una semana, cuando se había programado para dos. Zimbardo consiguió, simplemente otorgando un rol, que universitarios normales en menos de una semana se convirtieran en auténticos torturadores.

La conclusión más terrorífica es que este experimento demostró que ante una situación extrema y con un exceso de poder, cualquiera de nosotros podemos mostrar conductas indeseables ante los demás, algo parecido a lo que sucedió en los campos de concentración nazis con los guardias, personas con una vida normal que se convirtieron en auténticos torturadores enajenados del sufrimiento que estaban causando en obediencia a un rol y poder superior.

La ideología nazi tenía también hábiles manipuladores de la opinión que consiguieron colocar su verdad. Ejemplo extremo de hasta que punto el ser humano es manipulable; a una menor escala, esto está al orden del día, siguen existiendo ideologías de odio, genocidios y otros crímenes atroces en el mundo.  Probablemente, lo que hay detrás desde el punto de vista de la psicología de las personas y los grupos, no se aleje mucho de lo que sucedió en la Alemania nazi.

Afortunadamente esta cruz de la moneda tiene también su cara, frente a la posibilidad de llevar a cabo los comportamientos más atroces, existen los comportamientos en los que las personas son capaces de dar hasta su propia vida por el bien de otra, por el bien común, de ayudar de forma desinteresada, de empatizar y sentir el dolor ajeno como propio, todas las olas de ayuda y sensibilidad que se hemos podido observar durante esta pandemia nos reconcilian con el ser humano y su capacidad de generar "el bien".

 

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