A mí nunca me pasará

El ser humano tiene muchas capacidades. Una de ellas es el poder para autoengañarse.

 

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Patricia Lanza

Si preguntamos a la gente qué es lo más importante en la vida, la mayoría de las personas contestaría que la salud. Sin embargo, la cantidad de conductas insalubres que casi todos mantenemos es muy amplia: comemos mal, dormimos poco, hacemos poco o nada de ejercicio, nos sentamos en posturas inadecuadas, corremos con el coche, etc.

Hay un chiste muy viejo que dice algo así:

Un médico informa a su paciente de que está muy grave:

  • Sr. Pérez, su estado es crítico. Debe dejar de fumar, beber y salir por las noches.
  • ¿Pero así viviré más, doctor?
  • No, pero se le hará más largo.

Y es que, efectivamente, parece que todo lo bueno, lo divertido, lo apetecible... es lo que hace daño. Así que la naturaleza humana tiende a desoír las advertencias sobre el peligro que conlleva su comportamiento y, es entonces, cuando aparece la frase: "Eso no me va a pasar a mí".

Porque si algo nos caracteriza, como decíamos, es la capacidad de autoengañarnos y pensar que sólo los demás están en riesgo. Nosotros somos invulnerables.

Se acaban de cumplir 30 años del descubrimiento de los primeros casos de SIDA. Obviamente, esos primeros enfermos desconocían la posibilidad de contagiarse por llevar a cabo conductas que posteriormente se denominarían "de riesgo". Pero cuando se descubrieron las causas y las vías de contagio, las conductas siguieron manteníendose. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que alguien mantenga un comportamiento que puede arriesgar su propia vida?

La respuesta podemos encontrarla en los testimonios de algunos supervivientes. Por ejemplo, un hombre que lleva más de 20 años diagnosticado dice: "Nunca imaginas que puede entrar en tu vida. Crees que es algo que les puede pasar a otros, lejos de tu entorno, pero un día descubrí que tenía el VIH y me quedé noqueado".

Esa es la clave, el autoengaño. El "nunca me va a pasar a mí". Aunque corra con el coche, yo nunca tendré un accidente; aunque coma excesiva grasa y aumente mi colesterol, nunca sufriré un infarto; aunque siga fumando, nunca desarrollaré un cáncer; aunque... yo nunca...

Y es que la mera información no cambia conductas. Eso lo saben bien los encargados de campañas como las de tráfico, contra el tabaco y las drogas... Unas campañas cada vez más duras. ¿Por qué mensajes tan directos? ¿Por qué imágenes tan explícitas? ¿Por qué anuncios tan "morbosos"?

 

Porque parece que sólo cuando tocamos "la fibra sensible", cuando se apunta directamente donde más duele, es cuando el ser humano seguro que responde.

Como sabemos bien los que trabajamos en formación, cambiar conductas no es fácil. Cambiar actitudes menos. Así, en contra de lo que afirmaba Robert Zajonc ("La mera exposición repetida de un individuo a un estímulo es condición suficiente para conseguir una mejor actitud hacia él"), sólo conseguimos el cambio si las expectativas previas son negativas. Es decir, cuando nos agrada más el comportamiento que mantenemos que el adecuado, no vamos a cambiar por mucho que nos informen sobre sus consecuencias negativas.

Algo más funciona eso de "cuando las barbas de tu vecino veas cortar...". En este caso, el aprendizaje por observación de Bandura parece un poco más útil. Si algún familiar, amigo, compañero... alguien cercano ha sufrido las trágicas consecuencias del comportamiento inadecuado, resultará más probable que cambiemos.

El tema es que cuando nos enfrentamos a la necesidad de un cambio de comportamiento que implicar eliminar hábitos con los que nos sentimos cómodos o que nos agradan (y esto lo saben bien los departamentos de PRL), es necesario mostrar a las personas su vulnerabilidad. Debemos eliminar esa percepción de que las consecuencias negativas no van con ellos. Es triste tener que llegar a eso, pero a veces el fin sí justifica los medios.

 

 

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