Que todo es relativo ya lo decía Einstein. Pero hay cosas mucho más relativas que otras. Y una de las más relativas es la felicidad, el sentimiento de satisfacción con la vida que nos ha tocado vivir, la capacidad para disfrutar...
A muchos nos impactó la noticia del suicidio de Robin Williams. Es difícil explicarse cómo toma semejante decisión una persona que supuestamente lo tiene todo (fama, dinero, éxito profesional...) y, que para más inri, se dedica transmitir alegría y generar risas y buenos ratos. Pero no es oro todo lo que reluce, y la felicidad no se consigue con dinero ni con fama, ni a con buenas críticas...
Cuando hace unos meses publicamos el post "Ley de Jante" uno de nuestros lectores preguntó si no existía un estudio que vinculara la tasa de suicidios en los países escandinavos con esta filosofía. Como le contesté, desconozco si existe dicho estudio aunque, como ya dije, me parecía complicado poder establecer causalidad directa entre algo tan complejo como el suicidio y una variable como la Ley de Jante y sus implicaciones.
Lo que sí se ha estudiado es por qué existe una tasa de suicidios tan alta en unos países considerados "los más felices", algo que, a priori, parece paradójico.
Lo primero que hay aclarar es que eso de que los países nórdicos son los que tienen las tasas de suicidios más altas es un simple mito. Si bien es cierto que las tasas son más altas de lo que aparentemente deberían ser, no son los países que se encuentran a la cabeza de estos tristes rankings.
Pero donde sí están a la cabeza es en las listas países felices. Este nivel de felicidad se basa en aspectos como la esperanza de vida, la renta per cápita, la asistencia social, la reducida percepción de corrupción... Básicamente se trata de aquellos lugares donde el bienestar social, económico y medioambiental es mayor.
Y es en este momento en el que surge la paradoja porque lo lógico sería pensar que en sitios donde se vive tan bien nadie debería sentirse tan infeliz como para plantearse el suicidio. Es más, ni siquiera debería haber gente triste o deprimida.
Pero, de nuevo, las cosas no son tan simples y se confirma una vez más lo que ya hemos repetido en este blog hasta la saciedad: que la felicidad no viene de fuera. Que lo bien o mal que nos vayan las cosas influye mucho menos que otros aspectos en cómo nos sentimos y cómo valoramos nuestra vida.
Andrew Oswald, de la Universidad de Warwick, uno de los responsables del estudio llevado a cabo sobre la relación existente entre nivel de felicidad de un país y los índices de suicidio, piensa que el origen del problema puede ser el siguiente:
"Las personas descontentas pueden sentirse particularmente hastiadas de la vida en lugares felices. Estos contrastes pueden incrementar el riesgo de suicidio. Si los seres humanos estamos expuestos a los cambios de humor, las comparaciones con los demás pueden hacer más tolerable nuestra existencia en un ambiente donde otros son completamente infelices".
La idea, por lo tanto es que si uno vive en un lugar que debería hacerle feliz y no lo es, es que algo le pasa. Esta simple idea puede llegar a deprimir tanto a una persona que acabe suicidándose.
Así que parece que lo que debemos hacer es evitar fijarnos en el vecino de al lado, ese que se ha comprado un coche nuevo o que se va de vacaciones al Caribe, y mirar más las noticias. Cinco minutos de imágenes sobre África o los campamentos kurdos deberían servirnos para sentirnos bien. Aplicarnos el cuento de los altramuces del Conde Lucanor, y darnos cuenta que puede irnos mal, y que nadie quita que no suframos pero que lo nuestro no tiene ni color con lo que pasan otros. Y aunque es verdad que intentar aplicar la lógica a los sentimientos no suele ser de mucha ayuda, quizá sea un primer paso.
Por eso, quizás no sea lo más útil intentar animarse cuando uno está hundido, sino procurar ser más conscientes en los momentos en los que nos sentimos bien de lo afortunados que somos, pese a los pequeños tropezones que podamos encontrar a lo largo de nuestra vida.