Este domingo, 21 de septiembre, es el Día Internacional del Alzheimer. Aunque se oyen noticias de importantes avances, éste sigue siendo un mal al que una sociedad en la que la esperanza de vida no deja de aumentar, deberá enfrentarse cada vez con más frecuencia.
La vida va pasando poco a poco. Aunque cuando echamos la vista atrás parece que todo ha sido un suspiro, lo cierto es que los cambios van sucediendo progresivamente y en muchos casos no nos damos ni cuenta. Nuestra memoria nos imposibilita recordar nuestros primeros años, los aprendizajes más básicos que nos permitieron convertirnos en miembros productivos de nuestra sociedad (hablar, andar, leer...) ni las personas que nos ayudaron a dar estos pasos. Después, casi sin darnos cuenta, el círculo se va cerrando y como si realmente nunca hubieran estado ahí, algunas de las habilidades básicas se comienzan a perder de nuevo. Leer, hablar, caminar... Hasta la tarea más sencilla se puede convertir en una odisea para un cuerpo cansado pero, sobre todo, para una mente envejecida. Otra vez nos encontramos indefensos en un mundo exigente y sin tiempo "para perder", donde parece que si no somos capaces de producir y ejecutar correctamente no tenemos valor ninguno.
Por eso, conscientes de que todo pasa y que lo que se nos da, también se nos puede quitar, por básico y aparentemente arraigado que pueda estar, un día como el domingo es un buen momento para recordar y, sobre todo, para comprender.
Os dejo con la carta que cualquiera de nuestros mayores podría escribirnos a nosotros. La carta que cualquiera de nosotros podríamos escribir en un futuro.
Amado hijo:
El día que este viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme.
Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos, tenme paciencia. Recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.
Cuando estemos reunidos y sin querer, haga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando niño te ayudé y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que inventaba para hacerte más agradable tu aseo.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que fui yo quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y cómo enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de qué estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuánto puedo y cuándo no debo. También comprende que con el tiempo, ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.
Cuando mis piernas fallen por estar cansadas para andar... dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernitas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuanto te amé. Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer. Piensa entonces que con este paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste, enojado o impotente por verme así. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir.
De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.
ATENTAMENTE:
Tu viejo