El otro día leía este titular en El Mundo Today (página de noticias de guasa):
"Un gato, aterrado y sin ideas para su próxima monería en YouTube".
Inmediatamente me sentí identificada. Y es que esto es complicado. Sobre todo, porque te puede la presión. Cada vez que tienes que escribir un post revolotean en tu cabeza las mismas preguntas e ideas: ¿de qué hablo?, ¿resultará interesante?, ¿no me estaré repitiendo mucho?, ¿mis ideas son políticamente correctas?, ¿molestaré a alguien?, ¿es demasiado personal?, ¿a quién le importa?....
Y es que, aunque temas haya muchos, es difícil saber si darás en el clavo.
Pero intentar acertar es, seguramente, el primer error. No se puede hacer algo intentando agradar a todo el mundo. Primero porque es imposible que algo guste a todo el mundo y, segundo, porque si te centras en gustar a otros más que a ti mismo, es fácil que acabes no gustando a nadie. Cuando la presión por acertar nos invade, la creatividad se bloquea. Nos volvemos rígidos y las ideas no fluyen.
No voy a negar que existen genios que son capaces de intuir y crear lo que la audiencia o el mercado espera pero, en líneas generales, esto no funciona el cien por cien de las veces. Así, hasta los creadores más valorados han patinado más de una vez. Directores de cine, escritores, músicos... Hasta las estrellas más importantes se han estrellado en alguna ocasión porque no se puede acertar siempre y, porque la presión a veces es demasiado grande.
Nos aburrimos de repetir en los cursos de creatividad e innovación que ser creativos no es un don, que, muy por el contrario, es algo que se puede aprender y desarrollar. Pero lo difícil no es ser creativos, es liberarnos de esa presión, de esas creencias y exigencias que nos autoimponemos y que nos obligan a intentar gustar, ser aceptados, triunfar...
Así que a veces hay que rebajar las expectativas, asumir un error como un escalón más en el camino y no como una barrera infranqueable, y limitarnos a ser fieles a nosotros mismos, intentando dar lo mejor pero siendo conscientes de que podemos fallar. A fin de cuentas, ¿no dicen que se aprende más de los fracasos que de los éxitos?
Pero esto es más fácil decirlo que hacerlo. Estamos tan acostumbrados a funcionar en el "modo analítico", a manejar datos y cifras, a seguir procedimientos estándar, técnicas, pasos... que cuando hay que romper los límites, buscar alternativas diferentes, transgredir cánones y moldes... nos sentimos en terreno pantanoso. No sabemos dónde agarrarnos. Tememos patinar y estrellarnos. Aparece el miedo. Como decía Dostoyevski: "Lo que más teme la gente es dar un nuevo paso, emitir una nueva palabra".
Y el miedo sólo se supera afrontándolo. Y la primera experiencia de éxito cuando nos enfrentamos al miedo y vemos que no era tan fiero el lobo como lo pintaban, produce un cambio drástico, el sentimiento de que somos capaces de eso y de mucho más. Aparece lo que Albert Bandura denomina la "autoeficacia percibida", que es la capacidad que uno cree tener para realizar una determinada acción. Si no disponemos de esta creencia, si no percibimos en nosotros esa autoeficacia, evitamos la situación porque estamos convencidos de que vamos a fracasar.
El problema es que la autoeficacia es una creencia y, por tanto, en muchos casos, no se ajusta a la realidad. Sólo llegamos hasta donde creemos poder llegar. Henry Ford lo resumíó muy bien: "Ya creas que puedes o que no puedes, en ambos casos tienes razón". Porque todo depende de nuestras creencias.
Así que es nuestra capacidad para "saltar al vacío" y arriesgarnos, el único modo de progresar y convertirnos en la persona creativa que todos llevamos dentro.
Nada mejor en este caso que seguir el consejo de Einstein:
"Como no sabía que era imposible, lo hice".