Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de utilizarlo como aviso providencial de nuestra ligereza e ignorancia. Santiago Ramón y Cajal.
“¿Cuatro?”, replica el profesor, arrogante, de esos que sienten placer en pisotear los errores de los alumnos.
“Traiga un fardo de pasto, pues tenemos un asno en la sala”, le ordena el profesor a su auxiliar.
“¡Y para mí un cafecito!”, replicó el alumno al auxiliar del maestro.
El profesor se enojó y expulsó al alumno de la sala. El alumno era, el humorista Aparicio Torelly Aporelly (1895-1971), más conocido como el “Barón de Itararé”
Al salir de la sala, el alumno tuvo la audacia de corregir al furioso maestro:
“Usted me preguntó cuántos riñones ‘tenemos’. ‘Tenemos’ cuatro: dos míos y dos suyos. ‘Tenemos’ es una expresión usada para el plural. Que tenga un buen provecho y disfrute del pasto”. La vida exige mucho más comprensión que conocimiento. A veces, las personas, por tener un poco más de conocimiento o ‘creer’ que lo tienen, se sienten con derecho de subestimar a los demás.
Y yo añado, a veces no es el conocimiento sino el poder con que se embiste la autoridad formal. Y peor es todavía el caso en donde a la autoridad se suma la falta de conocimiento real. Es este caso la cosa se complica sobre manera.
No hay mejor cosa que la humildad en la ignorancia y en el conocimiento. La prepotencia no es buena cosa y acaba volviéndonos su cara más dura. Cuanta dificultad tenemos para reconocer el error, el fallo, la ignorancia, el no saber hacer. Hay muchos que piensan que a través de la negación la realidad desaparece y los otros no se dan cuenta de la autentica esencia. Sin embargo es muy difícil negar lo obvio y ocultar lo que fácilmente puede verse.
El reconocimiento abierto y sincero de las dificultades propias es el camino más corto para lograr no sólo ayuda, sino también aprecio y apoyo sincero. A veces la posición que uno ocupa en un entorno le exige proyectar una ilusión de competencia absoluta que en muchos caso nada tiene que ver con la realidad, y en otras es el propio conocimiento de la incompetencia personal el que obliga a esa proyección en un intento de ocultar la realidad. El problema es que es difícil ocultar aquello que fácilmente se puede observar. Nuestro entorno suele ser perfecto conocedor de aquello que nos empeñamos en ocultar.