El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son. El que teme sufrir ya sufre el temor.
En la vida son incontables las cosas que pueden salir mal, algunas de las cuales salen realmente mal, pero lo más grave son nuestras mentes las que suelen anticipar más desastres de los que luego suceden realmente. Y eso nos mantiene hipotecados en una situación de miedo constante a cosas que muy probablemente nunca sucederán.
Cada vez estamos más expuestos a informaciones de desastres, enfermedades, catástrofes, accidentes, guerras, y un largo etc., que actúan como disparadores de este miedo irracional. En general estamos asustados, preocupados, ansiosos, estresados la mayor parte del tiempo.
A veces no reconocemos en primera instancia el miedo, apenas nos damos cuenta de nuestros propios comportamientos, pero en otros casos es fácilmente identificable. No conseguimos dejar de darle vueltas a un asunto concreto. Este miedo, a veces continuado, a veces esporádico, impide disfrutar de la vida ya que interfiere de forma negativa en todas las áreas vitales.
Dada nuestra condición de ser eminentemente "pensante", nos pasamos valga la redundancia, la mayor parte del tiempo pensando, y esto que es nuestra gran ventaja evolutiva, es a la vez nuestra mayor condena, ya que nos lleva de manera bastante frecuente a comportamientos que nos condicionan y esclavizan.
El pensamiento ha sido una condición básica para nuestra supervivencia y relevancia en la cadena evolutiva, es por ello que muy probablemente hemos evolucionado para pensar todo el tiempo. El problema radica en que muchos de nuestros pensamientos no versan sobre problemas reales, sino a cerca del futuro y de cosas que pudieran salir mal. Y son este tipo de pensamientos los que nos provocan el miedo y la angustia.
Por un lado invertimos una parte importante de nuestro pensamiento en anticipar pérdidas de afecto, de respeto, de salud, de status o posición, de bienes, de oportunidades, y por otra consumimos gran parte de nuestro tiempo en pensamientos construidos en torno a los "deberías", "debería ser", "debería estar", "debería tener" etc.
El efecto en un caso u otro es el mismo, situarnos en una realidad al margen del presente que provoca barajar todo un conjunto de posibilidades y alternativas inexistentes en el momento real y con bastante seguridad en el momento futuro.
La experiencia a posteriori nos suele demostrar el tiempo que hemos perdido ideando situaciones y soluciones para acontecimientos y realidades que nunca llegan a ocurrir, y cuando lo hacen, suelen tener la mala costumbre de hacerlo de forma diferente a cómo lo habíamos visionado.