En 1972 el pequeño reino de Bután (en la cordillera del Himalaya) se convirtió en la comidilla de Foro del Banco Mundial cuando su nuevo rey, ante las críticas por la pobreza de su país, afirmó que si bien su PIB (Producto Interior Bruto) no era muy elevado, sí lo era su índice de FIB (Felicidad Interior Bruta).
Si tenemos en cuenta que el rey Jigme Singye Wangchuck, acababa de acceder al trono con 17 años, y con semejante propuesta, se entiende que no fuera tomado muy en serio.
Desde luego, en esta sociedad en la que vivimos, en la que el progreso se mide por el crecimiento económico, la propuesta de Bután resultaba, cuanto menos, cómica. Pero no lo es tanto si consideramos que, según un artículo publicado por Leonhardt en el New York Times, en el 2001 el número de personas que se declaraban "muy felices" había bajado del 36 al 29 por ciento. Y las cosas no parecen que vayan mejor, así que a saber cómo andamos hoy en día.
A pesar de su corta edad, al acceder al trono y plantearse cómo iba a proceder, el rey de Bután decidió que focalizar todos los esfuerzos en el crecimiento económico, dejando de lado cómo éste conlleva en muchos casos la destrucción del medio ambiente y se menosprecia el bienestar personal, no era el camino a seguir. Él quería buscar el equilibrio entre una economía fluida y el desarrollo emocional y espiritual de los ciudadanos.
De esta forma, acogido entre risas, surgió este nuevo término, FIB, que mide la calidad de vida de un país de un modo más global y en términos psicológicos, y que se basa en cuatro pilares:
Para determinar el FIB se utiliza un cuestionario de 180 preguntas centradas en 9 dimensiones:
1. Bienestar psicológico
2. Uso del tiempo
3. Vitalidad de la comunidad
4. Cultura
5. Salud
6. Educación
7. Diversidad medioambiental
8. Nivel de vida
9. Gobierno
Piensa en cómo responderías tú a algunas de las preguntas que se plantean en el cuestionario:
Pensando sobre ello, es posible que la idea no sea tan descabellada. Y, de hecho, tan mala no es, porque en 2013 Bután fue la quinta economía mundial con más crecimiento. Y es que no se trata de rechazar el desarrollo económico, pero sí evitar que éste sea el único objetivo.
Evidentemente, esta forma de proceder, basada en los valores budistas que imperan en el país, es difícilmente exportable a otras culturas. Pero quizás sí nos sirva para analizar si el modo en el que medimos el progreso es el más adecuado. De hecho, cada vez más economistas están de acuerdo en que un PIB mayor no conlleva, ni por aproximación, un mayor bienestar.
"Si no eres pobre, tener más no significa ser más feliz. Cuando los gobiernos presentan cada trimestre los datos del PIB también deberían dar a conocer la evolución del capital natural, es decir, si vivimos fuera de los límites de la tierra; de bienestar humano, si la gente tiene tiempo libre, sufre estrés..., y de justicia social, si los recursos están repartidos de manera equitativa". Aniol Esteban, responsable de Economía Medioambiental de la New Economics Foundation (NEF) de Londres. |
Y es que lo que se ha visto que es necesario para ser feliz no es tanto la cantidad de dinero y la acumulación de riqueza sino la salud, la seguridad de tener ciertos ingresos y una vivienda, disponer de tiempo y poder compartirlo con amigos y familia, participando de la vida cultural y creando una sentimiento de comunidad. Y ahí está Bután para demostrarlo.