"No sé qué me pasa, miro a mi alrededor y debería ser feliz porque lo tengo todo: una casa bonita, una pareja que me quiere, unos hijos sanos, tengo amigos, pero no consigo disfrutar de la vida".
Es posible que este pensamiento no nos resulte tan lejano como pueda parecer. Responde a una cierta dificultad para poder disfrutar y experimentar bienestar y satisfacción en el día a día.
A veces lo atribuimos a un "estoy depre". Aunque pueda haber una cierta confusión, depresión y tristeza son realidades muy distantes. La tristeza no siempre lleva a una depresión. La depresión es un trastorno psicológico que impide el funcionamiento cotidiano. Hasta lo más sencillo, como arreglarse, cocinar y comer de forma equilibrada, se convierte en un mundo. La persona con depresión suele requerir tratamiento farmacológico y psicológico.
La tristeza podríamos decir que es esa pérdida de ilusión, la sensación de vivir a medias, esa dificultad para sentirnos satisfechos, y aunque afecta a muchísima gente, no llega a incapacitarnos, pero sí nos sumerge en una vida gris, ausente de placer y de disfrute.
La pregunta que cabría hacerse sería: ¿Qué diferencia a las personas que disfrutan de la vida y las que no?.
La clave radica en que disfrutar de la vida depende de valorar lo realmente importante, lo esencial, y de evitar recrearnos en lo negativo. Para ello conviene:
- Huir de la "prontomanía". Esa obsesión por que todo suceda de forma inmediata, pronto, ya mismo, como si el mundo se fuera a acabar en los próximos segundos. Por lo general tanto nosotros como nuestro entorno hemos decidido que son urgentes tareas que en realidad no lo son. Liberar ese sentido de la urgencia es vital para poder disfrutar de lo que va sucediendo mientras corremos de un lado a otro.
- Pasar de la fantasía a la acción. Identificar aquello que nos gusta, nos motiva realmente, aquello que deseamos hacer, y dar un paso adelante para que deje de ser un deseo y se convierta en una realidad, leer, aprender a dibujar, o bailar, aprender a patinar, montar a caballo, tocar un instrumento, etc. En muchas ocasiones aquello que anhelamos tiene que ver con la parte más creativa de las personas y con nuestra capacidad para expresar nuestro talento, pero perdemos el tiempo en el deseo y poco hacemos para convertirlo en una acción real.
- Disfrutar la vida social. Un estudio del investigador y profesor en psicología Richard Wiseman demostró que somos más felices con las experiencias que vivimos con amigos, nos dan felicidad los momentos que compartimos, las risas, los encuentros y los recuerdos siempre son más placenteros.
- Dejar de preocuparnos por el futuro y centrarnos más en el momento presente. Las personas que se preocupan tanto por el futuro dejan de vivir y ser felices por el presente. La vida es incertidumbre, es imposible mantenerlo todo bajo control. El futuro suele llegar con circunstancias distintas a las que hemos anticipado, por lo tanto, el tiempo invertido en tratar de controlarlo no es más que tiempo perdido.
- Mantener contacto afectivo con los demás. A las personas les gusta sentirse queridas, y las muestras de afecto son una fuente de bienestar bidireccional.
- Tener esperanza. Pensar que vamos a tener suerte y confiar en que algo bueno va a suceder, permite implicarse con más esfuerzo y dedicación en cualquier proyecto. La esperanza es una fuente de motivación. Esperar cosas buenas de las personas, "bieninterpretar" las intenciones y comentarios de los demás hará que desarrollemos mayor confianza en los demás y nos sintamos con mayor seguridad en nuestro entorno social.
- Aceptar los propios sentimientos y emociones, incluso las que creemos que nos hacen daño. Aunque conviene dejar el victimismo de lado ya que nos hace débiles y no nos permite reaccionar. No exagerar lo que sentimos, dejar la hipervigilancia y buscar aquello que nos permita cambiar el estado de ánimo, la música, una charla con amigos, pasear, hacer deporte, etcétera, y no recrearnos en aquello que nos hace daño y no nos aporta nada.
- Eliminar las comparaciones como sistema de medición de lo que valemos. El problema de las comparaciones es que son enormemente selectivas, por lo general nos comparamos con los que están en el mismo nivel o superior que nosotros, esto no genera sentimientos de frustración, rabia, pena, enfado, celos, etc. Podríamos invertir este hecho si la comparación también la hiciéramos con los que están en peor situación que nosotros, pero no suele ser el caso. La cuestión final es que ni en una, ni en otra situación, se cambia nuestra esencia, las comparaciones suelen ser fuente de crítica y cuestionamiento personal, es fundamental dejar a los demás con sus vidas y circunstancias y nosotros centrarnos en las nuestras.
Aceptar la satisfacción y que las cosas van bien sin temor. No temer la felicidad por si algo malo puede venir. La vida implica buenos y malos momentos, no siempre controlables por nosotros. Los malos momentos no son consecuencia de los buenos. Hay que buscar y provocar nuestros estados de paz y felicidad, aceptarlos y disfrutarlos sin más.
En resumidas cuentas disfrutar de la vida depende de valorar lo realmente importante y evitar recrearse en lo negativo, todos lo tenemos claro, pero la cuestión es si lo aplicamos realmente. La clave radica en centrar el foco de atención en lo realmente esencial, y eso, está al alcance de todos.