Si os habéis fijado, últimamente proliferan en las librerías los cuadernos de colorear. Pero no esos para niños que siempre han existido. Me refiero a libros para colorear dirigidos a adultos.
¿Nos hemos vuelto locos? ¿Se ha generado una crisis general que nos lleva a todos a volver a la infancia? No se trata de eso.
La tarea tiene las mismas raíces que muchas de las artes zen que han sobrevivido al paso de los siglos en países como Japón: el Origami (figuras de papel), la Ikebana (arte decorativo floral), la caligrafía... Todo basado en el mismo principio: parar, olvidarse de todo lo que nos rodea y nos estresa y concentrar nuestra atención en una sola cosa. Es una de las múltiples formas de practicar lo que ahora se está empezando a conocer como Mindfulness.
Parece sencillo, pero no lo es. Desconectar de todo (y desconectar todo) es más complicado de lo que puede parecer. Apagar el móvil, cerrar el ordenador, desconectar la televisión y la radio... Buscar un lugar tranquilo, sacar la caja de colores y ponernos delante de una lámina. Láminas o cuadernos que no son precisamente como las de los niños. Intrincados dibujos, espacios mínimos y cantidad de huecos para rellenar. La tarea infantil se complica más de lo que parece. De pronto, intentar no salirnos se convierte en una gran práctica para potenciar nuestra motricidad fina que, de tanto uso de ordenador, hemos ido perdiendo progresivamente. ¿Cuándo fue la última vez que cogiste un lápiz o un bolígrafo? Seguramente mucho tiempo en el caso de algunas personas. Y ahora, mantenernos dentro de los márgenes, eso que los niños empiezan a lograr tras unos añitos de práctica, comienza a ser también para nosotros, adultos, una tarea que requiere más esfuerzo del que jamás hubiéramos pensado.
Entonces tenemos que focalizar nuestra atención: "No debo salirme", "Voy a ver qué colores he usado antes para no repetirme", "Tengo que fijarme en los patrones para mantenerlos o variarlos"... La tarea poco a poco empieza a absorberte.
Los colores y los tonos, que tienen también un efecto demostrado sobre las emociones, comienzan también a hacer su efecto. Y del blanco y negro comienza a surgir la policromía. El refuerzo positivo es inmediato: "Estoy creando algo bonito. Quizás me haya salido un poco, pero se ve que voy mejorando". Empiezo a fijarme también en las texturas, los trazos... El rotulador, el lápiz, la cera... todos diferentes.
Quizás porque conectemos de golpe con nuestra parte infantil, esa que vivía sin grandes preocupaciones; o también porque centrar tu atención en los colores ha alejado tu mente de los problemas cotidianos; o porque te sientes orgulloso de lo que vas creando; o quizás porque no hay intromisiones a tu alrededor... Sea por el motivo que sea, o por todos ellos juntos, te empiezas a sentir mejor, más relajado, más calmado...
Así que acércate a una librería, elige el cuaderno que más te guste (que hay para todos los gustos), hazte con unos lápices o rotuladores, busca un lugar tranquilo, desconecta todo y... ¡ponte a colorear!