"El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor". Fiodor Dostoievski
Cuando hablamos de dolor emocional nos referimos a un dolor que se produce a través de las emociones. El dolor emocional es algo que todos los seres humanos, tarde o temprano, experimentamos: la pérdida de un ser querido, separaciones, pérdida del trabajo, fracasos, enfermedades, pérdidas materiales de cualquier tipo, etc. Nadie puede escapar a este tipo de dolor a menos que viva fuera de la realidad.
El dolor es algo multifactorial. El ser humano desea permanencia, seguridad, continuidad, apego, afecto, etc. y cuando no lo encontramos sufrimos. No todas las sociedades ni todas las culturas interpretan el dolor de la misma manera. Para los orientales, el dolor es algo mucho más natural y se acepta con mayor facilidad, sin rechazarlo, ni evadirlo. En occidente solemos tenerle más miedo y utilizar más mecanismos para no tener que enfrentarlo, lo que termina haciéndolo más difícil o permanente.
Las personas huimos del dolor por miedo, por patrones aprendidos, por la educación recibida, por las creencias y valores de la cultura o sociedad de la que formamos parte. Vivimos en un contexto cultural y social que nos trasmite la idea de que nuestra vida debe ser perfecta, que podemos y debemos alcanzar la perfección y que hay que hacer lo posible por eliminar aquello que nos impida ser felices en todo momento. Por eso, cuando realmente nos enfrentamos a las distintas circunstancias vitales, nos frustramos al comprobar que todo ello es bastante improbable, nos negamos a aceptar que el dolor es parte de la vida y que no podemos escapar de él. Muchas veces no somos capaces de comprender que el dolor es el motor que nos hace crecer, transformarnos y ser mejores. Sin él, nos quedaríamos, en muchos momentos y circunstancias, en nuestra zona de confort, en lo conocido, en lo que nos da seguridad.
Las personas, a pesar de que nos sentimos muy inseguros de nuestras capacidades para enfrentar el dolor, generalmente, tenemos más recursos internos para enfrentar las experiencias dolorosas o traumáticas de los que a priori podríamos pensar. Muchas veces nos sorprendemos al darnos cuenta de que somos más capaces de enfrentar el dolor, cuando lo estamos viviendo, que cuando anticipábamos con miedo que pudiera llegar dicho momento. Ahí nos damos cuenta de que somos más capaces, que tenemos más recursos y somos más fuertes de los que imaginábamos. Cuando reconocemos nuestra vulnerabilidad al dolor, de alguna manera estamos aceptando nuestra condición humana. Dependerá de muchos factores la manera de enfrentar las experiencias dolorosas: la cultura a la que pertenezcamos, la educación, las experiencias vividas, etc. Escapar del dolor, la mayoría de las veces, generará más sufrimiento. Al evitar situaciones nos sentimos aliviados momentáneamente, pero, a la vez, confirma nuestra incapacidad para afrontar y superar las dificultades. La seguridad, con el tiempo, nos genera más miedo de enfrentar la situación evitada. Por eso, lo más indicado es evitar la evitación.
Brené Brown, en su libro "Los dones de la imperfección", plantea que si podemos aceptar nuestra naturaleza humana vulnerable y el sentimiento de vergüenza (es decir, el dolor), seremos más capaces de ser personas felices que si, para protegernos de estos sentimientos, nos cerramos, los evadimos o los negamos.