Llega el verano y con él el calor que nos obliga a desprendernos de una ingente cantidad de ropa. Los que no hemos tenido tiempo, ganas o fuerza de voluntad de iniciar la operación bikini sabiendo que nos sobra algo más que unos pocos kilos, nos enfrentamos a la situación asumiendo que habrá que apechugar con nuestra dejadez o, incluso, alegar que ahora lo que se lleva son las curvies y los fofisanos y, por lo tanto, estamos a la última moda.
La realidad es que cada cual lleva el tema como quiere o como puede, asumiendo que no tiene un cuerpo 10 pero que no es lo más importante en la vida siempre y cuando no hablemos de excesos que pongan en riesgo nuestra salud.
Pero, en el fondo de todo esto, y lo más relevante, más allá del tema estético es cómo afectan las convenciones sociales a las personas, sobre todo a aquellas que se encuentran en situaciones más vulnerables, como las jóvenes (y también los chicos) que están en pleno desarrollo no sólo físico, sino también de su autoestima. Es un momento delicado en el que un simple comentario puede dar un giro considerable a la vida de una persona y hacer que su autoimagen se quiebre con los peligros que eso conlleva. En un momento en el que la imagen personal depende, sobre todo, de la opinión que pensamos que tienen otros de nosotros, las presiones de la sociedad por tener un cuerpo que normalmente está fuera de lo que fisiológicamente podemos lograr pueden hacer mucho daño.
Educar a los jóvenes para que entiendan que el valor de una persona no recae en algo tan efímero como el físico es muy complicado a día de hoy. Pero no por eso podemos dejar de insistir en la importancia de transmitir este mensaje porque de ello depende la felicidad, la salud y el bienestar en general de una persona. Incluso, en los casos más extremos, su integridad física.
La siguiente carta se ha hecho viral. Compartida miles de veces en Facebook y reproducida en montones de medios de comunicación, la autora trata de que este mensaje cale, no en una chica en concreto, sino en todas aquellas personas que se sientan igual y, seguramente, en la sociedad en general, para que sean otros los valores que nos muevan. ¿Lo habrá conseguido? Espero que sí.
QUERIDA CHICA DEL BAÑADOR VERDE:
Soy la mujer que está en la toalla de al lado. La que ha venido con un niño y una niña.
Primero que nada, decirte que estoy pasando un rato muy agradable junto a ti y tu grupo de amigos, en este trocito de tiempo en el que nuestros espacios se rozan y vuestras risas, vuestra conversación 'transcendental' y la música de vuestro equipo me invaden el aire.
¿Sabes? He alucinado un poco al darme cuenta de que no sé en qué momento de mi vida he pasado de estar ahí a estar aquí: de ser la chica a ser "la señora de al lado", de ser la que va con los amigos a ser la que va con los niños.
Pero no te escribo por nada de eso. Te escribo porque me gustaría decirte que me he fijado en ti. Te he visto, y no he podido evitar verte.
Te he visto ser la última en quitarte la ropa.
Te he visto ponerte detrás de todo el grupo, disimuladamente, y quitarte la camiseta cuando creías que nadie te miraba. Pero yo te vi. No te miraba, pero te vi.
Te he visto sentarte en la toalla en una cuidada postura, tapando tu vientre con los brazos.
Te he visto meterte el pelo tras la oreja agachando la cabeza para alcanzarla, quizá por no mover los brazos de su estudiadísima posición casual.
Te he visto ponerte en pie para ir a bañarte y tragar saliva nerviosa por tener que esperar así, de pie, expuesta, a tu amiga, y usar una vez más tus brazos como pareo para taparte: tus estrías, tu flaccidez, tu celulitis.
Te vi agobiada por no poder taparlo todo a la vez mientras te ibas alejando del grupo tan disimuladamente como antes lo hiciste para quitarte la camiseta.
No sé si tenía algo que ver, en tu descontento contigo misma, que la amiga a quien tú esperabas se soltaba su larguísima melena sobre una espalda a la que sólo le faltaban unas alas de Victoria's Secret. Y mientras tanto tú ahí, mirando al suelo. Buscando un escondite en ti misma, de ti misma.
Y me gustaría poder decirte tantas cosas, querida chica del bañador verde... Puede que porque yo, antes de ser la mujer que viene con los niños, he estado ahí, en tu toalla.
Me gustaría poder decirte que, en realidad, he estado en tu toalla y en la de tu amiga. He sido tú y he sido ella. Y ahora no soy ninguna de las dos -o acaso soy ambas aún- así que, si pudiera dar marcha atrás, elegiría simplemente disfrutar en lugar de preocuparme -o vanagloriarme- por cosas como en cuál de las dos toallas, la suya o la tuya, prefiero estar.
Quisiera poder decirte que he visto que llevas un libro en tu bolsa, y que cualquier vientre que ahora tenga tus dieciséis años perderá, probablemente, su tersura mucho antes de que tú pierdas la cabeza.
Me gustaría poder decirte que tienes una preciosa sonrisa, y que es una pena que estés tan ocupada en ocultarte que no te quede tiempo para sonreír más.
Me gustaría poder decirte que ese cuerpo del que pareces avergonzarte es bello sólo por ser joven. ¡Qué coño! Es bello sólo por estar vivo. Por ser envoltorio y transporte de quien en realidad eres y poder acompañarte en cuanto haces.
Me encantaría decirte que ojalá te vieras con los ojos de una mujer de treinta y pico porque quizás entonces te darías cuenta de lo mucho que mereces ser querida, incluso por ti misma.
Me gustaría poder decirte que la persona que algún día te quiera de verdad no amará a la persona que eres a pesar de tu cuerpo, sino que adorará tu cuerpo: cada curva, cada hoyito, cada línea, cada lunar. Adorará el mapa, único y precioso, que dibuja tu cuerpo y, si no lo hace, si no te ama así, entonces no merece que le ames.
Me gustaría poder decirte que -créeme, créeme, créeme- eres perfecta como eres: sublime en tu imperfección.
Pero, ¿qué te voy a decir yo, si sólo soy la mujer de al lado?
Aunque, ¿sabes qué? Que he venido con mi hija. Es la del bañador rosa, la que juega en el río y se está untando en arena. Hoy sólo le ha preocupado si el agua estaría muy fría.
A ti no te puedo decir nada, querida chica del bañador verde...
Pero todo, TODO, se lo voy a decir a ella.
Y todo, TODO, se lo diré a mi hijo también.
Porque así es como todos merecemos ser queridos.
Y así es como todos deberíamos querer.