Como siempre en estas fechas estamos cargados de buenas intenciones y miramos al futuro con todo el optimismo del que somos capaces. Puede suceder que esta carga de optimismo que traemos de serie, nos resulte un poco escasa, y que nuestro talante no se caracterice por ser la “alegría de la huerta” precisamente. Si es así, no hay problema, ya que en esta vida, con voluntad, todo es susceptible de aprendizaje…hasta el optimismo.
Cada uno de nosotros venimos al mundo con un sello biológico que determina en gran parte la esencia de lo que somos. Es responsabilidad de este temperamento tener una mirada más o menos positiva frente a la vida. Es por esto, que el hecho de tener una vida más o menos satisfactoria no condiciona drásticamente que veamos el vaso medio lleno o medio vacío.
Estrictamente hablando, por tanto, no escogeríamos ser optimistas o pesimistas. Elaine Fox, académica de la Universidad de Essex y especialista en Psicología Cognitiva describe cómo el optimista tiene un cableado neuronal distinto al del pesimista. Algo con lo que se nace y que las experiencias de vida no hacen más que reforzar. Aunque Fox plantea que existen algunas técnicas que pueden ayudar a los pesimistas a controlar su derrotismo al modificar las conexiones nerviosas en su cerebro.
Como ya hemos comentado en múltiples ocasiones, la investigación científica está repleta de estudios que muestran que experimentar emociones positivas lleva a estados mentales y comportamientos que de forma indirecta nos preparan para enfrentar las adversidades.
Fox sugiere que una de las razones de la distinta forma de mirar el mundo de los optimistas podría radicar en que existe una estructura en el cerebro clave en la interpretación y la búsqueda del placer, que en los optimistas es una zona particularmente destacada, y que las conexiones neuronales que unen esta área con otras encargadas de la planificación, el razonamiento y la resolución de problemas, son mucho más fuertes. Esto hace que los optimistas no solo sientan una sensación de bienestar de base, sino que tienden frecuentemente a buscar placer y experiencias nuevas que se la proporcionen.
Por el contrario, los pesimistas, con conexiones neuronales más débiles son menos propensos a buscar nuevas experiencias y tienden a creer que las cosas malas les ocurren sin que ellos puedan controlarlas.
Fox señala que las personas con una visión más oscura de la realidad no son, en el fondo, más negativas, sino que simplemente tienen un cerebro que sobre reacciona frente al miedo, lo que los hace más temerosos del entorno y, por tanto, más desconfiados de que las cosas buenas les ocurran.
Para Fox hay pocas dudas acerca de los beneficios de ser optimista, y por tanto de la importancia de trabajar voluntariamente en el cambio de las rutas pesimistas del cerebro.
Sus principales propuestas para lograrlo se basan en:
Como señala Seligman, “el optimismo está muy relacionado con la responsabilidad que asumimos o no las personas ante aquello que nos ocurre. En definitiva, el optimista se sabe responsable de aquello que le sucede, y, por tanto, se cuestiona qué es lo que puede hacer para rectificar, mejorar o cambiar una determinada situación. Por el contrario, el pesimista tiende a sentirse impotente frente al mundo o incluso frente a sí mismo y espera pasivamente a que sean las circunstancias externas las que cambien”.
Como acabamos de asomarnos a un nuevo año, e independientemente de cómo sea nuestro sello biológico, tenemos ante nosotros una gran oportunidad para comprometernos en equilibrar o inclinar nuestra balanza personal en el sentido que nos reporte más ventajas, aunque nadie dice que vaya a ser fácil!