La tecnología es parte de nuestras vidas. Nos acompaña desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, y con el paso del tiempo ha llegado incluso a conseguir que cambiemos ciertos hábitos de nuestro día a día, tanto para realizar las tareas del hogar, pasar nuestros momentos de ocio o facilitarnos nuestro trabajo.
A primera vista diríamos que todos los avances técnicos provocan un salto hacia adelante, una evolución hacia una mayor calidad, sencillez de uso o la velocidad de procesos, pero la tecnología no deja de ser en sí misma una moda, algo que una vez despojamos de sus utilidades más primarias, nos puede definir tanto como la propia ropa que escogemos y con la que decidimos mostrarnos al mundo.
Las modas se tornan tan cíclicas como se suele decir que lo es la historia y a veces nos encontramos dando unos pasos hacia atrás que jamás hubiésemos pensado dar.
Si a ti también te ha pasado es que ya eres parte del movimiento de la Retrotecnología.
Esta corriente apuesta por el retorno de algún tipo de tecnología que hoy en día podríamos considerar obsoleta y que gracias a su aspecto estético o las implicaciones emocionales que pueden provocar en nosotros, recuperamos para nuestro presente.
Ejemplo de ello pueden ser las fundas para teléfonos de última generación que imitan a las antiguas cintas de casete, las máquinas de escribir, el retorno de las cámaras de fotos analógicas, las máquinas polaroid y las impresoras de fotografías, el paso de los auriculares de tamaño botón a los clásicos XXL de DJ, el repunte de ventas de los llamados teléfonos tontos (dumb phones) que solo permiten enviar y recibir mensajes y llamadas, los discos de vinilo, los videojuegos clásicos, los relojes de pulsera digitales de Casio, etc.
Detrás de todo esto hay también un importante aspecto emocional que nos conecta, mediante estos aparatos, con la época en la que solíamos utilizarlos.
Si consideramos la Retrotecnología como un movimiento contracultural, también podemos hablar de cómo esta corriente nos posiciona como individuo frente al fenómeno de la globalización, donde todo el mundo utiliza el mismo móvil, viste la misma ropa y acude a los mismos lugares de ocio. No sería por tanto extraño que nos refiriéramos a esta corriente como Neoromanticismo.
El Romanticismo fue un movimiento cultural que surgió a finales del siglo XVIII y que se originó en Alemania y en el Reino Unido como una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la Ilustración y el Neoclasicismo, dando prioridad a los sentimientos sobre la razón. Es una búsqueda constante de la libertad, de lo auténtico, de la conciencia del Yo como entidad autónoma. Se pone en valor la nostalgia y lo diferente frente a lo común.
Dos corrientes similares separadas por 3 siglos que ponen de manifiesto la necesidad de las personas de reivindicarse como individuos, de señalar las diferencias que enriquecen y aportan variedad y color a los grupos tanto en nuestra vida personal como profesional. Al fin y al cabo, ¿no sería muy aburrido que todos fuésemos exactamente iguales?
Como dijo Pau Donés en una de sus canciones: “En lo puro no hay futuro, la pureza está en la mezcla”.