Irse de los jefes

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Patricia Lanza

 

Hace algún tiempo leí artículo de Margarita Álvarez, directora de Marketing y Comunicación de Adecco y ex presidenta del Instituto Coca-cola de la Felicidad, que mencionaba una frase que, si no me equivoco (a día de hoy es realmente difícil establecer la autoría de los textos) de Tom Peters, escritor americano especialista en gestión empresarial. Decía que "la gente no se va de las empresas, se va de los jefes".

Y es que una empresa, en el fondo, no es nada más que las personas que la componen. Son las relaciones con los otros (compañeros, jefes, colaboradores, clientes, proveedores...) las que en la mayor parte de las ocasiones acaban generando la satisfacción o insatisfacción en nuestro puesto de trabajo.

Por supuesto que la motivación de cada persona proviene de distintas fuentes y que hay aspectos también importantes como son las tareas que realizamos, el sueldo que cobramos, los desplazamientos que estamos obligados a realizar, los horarios... Todas estas cosas tienen un peso fundamental en la evaluación que hacemos sobre el trabajo que realizamos y lo satisfechos que estamos con él. Pero, ¿puede alguien, por mucho que cobre, sentirse a gusto en un empleo si su jefe le hace la vida imposible?

En una encuesta realizada en Gran Bretaña casi la mitad de los encuestados habían dejado un trabajo por la mala gestión de sus superiores. Si en España las cifras cambian será más por el miedo a no encontrar otra cosa que por falta de ganas.

Aunque se nos llena la boca diciendo que el valor de las empresas es su capital humano, pocas veces las decisiones que se toman parecen que se basan en ello. Todos podemos ver cómo día tras día, a pesar de la que está cayendo, las empresas pierden trabajadores muy valiosos porque éstos no se sienten reconocidos ni apreciados. Y aun cuando se tiene a gente con altas capacidades, si no se sabe sacarles el partido adecuado, ¿de qué sirve? José Antonio Marina (experto en inteligencia y creatividad) dice que "No se trata de contratar a un montón de superdotados, sino de hacer que el conjunto funcione inteligentemente".

Por eso a día de hoy un líder con capacidad de desarrollar a las personas, de delegar y conseguir que sus colaboradores sean autónomos y capaces de establecer y cumplir sus objetivos, es lo que daría valor a cualquier empresa.

Pero a veces ni siquiera es necesario llegar a tanto. Muchos trabajadores se conformarían con sentir un poco de apoyo por parte de sus jefes. Saber que éstos se preocupan por su bienestar laboral e, incluso personal. Porque aunque en ocasiones sus superiores inmediatos no tengan la posibilidad de tomar determinadas decisiones que supondrían una mejora en sus condiciones laborales, una palabra de apoyo, una pregunta de sincera preocupación, una pequeña alabanza... puede marcar una gran diferencia y rebajar, en gran medida, el malestar general. En otros casos se trata más de lo que no debe hacer el jefe para desalentar al trabajador, como no cumplir sus compromisos, ascender o alabar a la gente equivocada, coartar la creatividad de sus colaboradores, sobrecargarles de trabajo o minimizar sus contribuciones y esfuerzos.

A veces ponemos el objetivo tan lejos que olvidamos las cosas más sencillas, las cotidianas, que son, a fin de cuentas, las más importantes. Quizás no todos podamos convertirnos en ese líder transformador del que tanto se habla. Pero seguro que sí es posible acercarnos un poco a las personas con las que tratamos diariamente. Porque, no olvidemos, que en cada puesto hay una persona. Una persona con su historia, sus sentimientos, sus miedos y sus ilusiones. Y las personas, como decía Maslow, una vez que tienen sus necesidades básicas cubiertas (las fisiológicas y las de seguridad), buscan cubrir las sociales y de reconocimiento. Y estos factores, que pueden parecer aún muy básicos, en muchos casos se obvian. A fin de cuentas, todos sabemos que las personas felices rinden más. 

 

 

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