¿Y qué pasa conmigo?

La dificultad que tienen algunas personas para pedir ayuda

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Alicia Jiménez

 

“Disculpe. ¿Podría ayudarme?  Estoy buscando la calle Velazquez”. Nadie lo diría, pero un gesto tan sencillo como ser capaz de pedir ayuda puede ser crítico para nuestro bienestar emocional.

¿Qué significa para cada uno de nosotros pedir ayuda? Para unos es un síntoma de debilidad, de incómoda dependencia. Para otros es casi “egoísta”, ¿quién soy yo para darle preocupaciones a otros, para requerir su tiempo, su esfuerzo o su dinero?.

Esas creencias hacen que nos inhibamos, nos privamos de ese modo de una oportunidad de ser efectivos, de crear una interdependencia más profunda y sólida con otros, de vincularnos. También privamos a otros de la oportunidad de ser altruistas, de demostrarnos que nos quieren y les importamos, que somos valiosos para ellos.

Esta dificultad para pedir ayuda suele convivir con una represión o incluso supresión de las emociones negativas básicas. Nos pasamos la vida huyendo de la tristeza, del miedo y del enfado, sin comprender su gran valor para nuestro bienestar emocional. Lo cierto es que estas emociones suelen resultar desagradables de experimentar, sin embargo nos hablan de lo que es agradable para nosotros o no, de lo que nos importa, de lo que nos hace o podría hacer más felices. No escuchar estas emociones es no escucharnos a nosotros mismos.

Nuestra historia personal de aprendizaje define cómo vivimos y experimentamos estas emociones. También nuestra cultura tiene algo que ver, les da un significado negativo, se perciben como un signo de vulnerabilidad.

Vivimos inmersos en una cultura de superación, que ensalza la independencia, apenas queda espacio para sentir y expresar esas emociones, no nos damos tiempo ni permiso. El resultado nefasto es que al no contactar con estas emociones dejamos de pedir ayuda, algo esencial para nuestro bienestar, por una cuestión sencilla, si pedimos ayuda aumenta la probabilidad de recibirla.

Para muchos de nosotros el trasfondo de no pedir ayudar es querer cuidar y preservar a otros, generalmente a personas a las que queremos. En otros casos deseamos dar una imagen positiva ante personas que nos importan. Seguro que esas personas se merecen lo mejor de mi pero... ¿y yo?. Si yo no me responsabilizo de mi bienestar, pidiendo la ayuda que necesite de otros, ¿quién lo hará? Si las personas valiosas para mi reciben mi ayuda, ¿por qué yo no les pido ayuda a su vez?, ¿qué sucede?, ¿es que yo no soy valioso?.

Pensar en nosotros mismos con responsabilidad es hacernos la siguiente pregunta “¿y qué pasa conmigo?”.

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