Si algo tiene el ser humano es una capacidad infinita para juzgar y para clasificar el mundo en "malo" y "bueno". Esa capacidad para dividirlo todo en dos categorías opuestas y estancas es la que nos impide disfrutar y aprender de la diversidad.
Algo similar ocurre con las emociones. Desde pequeños se nos enseña que hay emociones "buenas" y "malas" y que, por tanto, hay emociones que debemos sentir y fomentar y otras que debemos evitar o, al menos, disimular. Como consecuencia de esto todos queremos sentir felicidad, esperanza, aceptación, confianza... Y, por el contrario, tenemos que huir de la frustración, el enfado, la tristeza o el miedo. Esto es un grave error porque el problema no está en la emoción, sino en cómo se gestiona la misma. Y, como mucho, en las causas que han generado la emoción. Pero todas y cada de las emociones está ahí por una razón. Todas tienen un sentido y se han mantenido a lo largo del tiempo porque cumplen una función adaptativa.
Las emociones que calificamos como "negativas" realmente nos protegen contra las amenazas y nos ayudan a afrontarlas y superarlas. Veamos algunos ejemplos:
Así que, pese a que la Psicología Positiva nos inculca que debemos vivir en un estado continuo de felicidad y optimismo (denominado por algunos autores como el "fascismo de la sonrisa"), lo más adecuado sería aprovechar lo que esas emociones negativas nos brinda para mejorar y, eso sí, aprender a gestionarlas adecuadamente.
En la siguiente infografía tenéis algunas claves para gestionar adecuadamente las emociones.