Podemos entender por suceso vital aquel hecho que es relevante en la vida de una persona.
Los sucesos vitales no tienen un valor en sí mismos, sino que el valor se lo adjudican las personas que los viven con sus percepciones e interpretaciones, tamizadas por las propias expectativas. Existen personas que anticipan acontecimientos, otras los optimizan cuando se producen y otras se ven absolutamente desbordadas.
El éxito y el impacto de las turbulencias emocionales que nos genera el afrontamiento de los sucesos vitales dependen por completo de los recursos personales de cada uno.
Trabajar en el desarrollo de las distintas habilidades que contempla la Inteligencia Emocional se presenta como uno de los aspectos fundamentales a la hora de afrontar los distintos sucesos vitales con el menor impacto y coste emocional. La tolerancia a la frustración, la propia regulación de nuestras emociones, el control de impulsos, la baja susceptibilidad, la comprensión de los sentimientos ajenos, serían algunos de los básicos sobre los que es importante trabajar si hablamos de Inteligencia Emocional. Cultivar este tipo de competencias emocionales nos ayudará a ser capaces de enfrentar, sobreponernos y aprender de dichos sucesos, aumentando nuestra capacidad de afrontamiento a futuro. Distintas investigaciones han demostrado que la resiliencia no es una característica personal con la que se nace, sino que se va adquiriendo. Para ello, existen una serie de atributos sobre los que poner especial atención, no a fin de conocerlos, sino de desarrollarlos, que impactan de forma directa sobre muestra resiliencia.
A saber:
Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca debemos perder la esperanza infinita.-Martin Luther King.