La formación es una pieza clave en las empresas, transmitir conocimiento es básico para que las organizaciones evolucionen. En el actual contexto laboral, mediatizado por la necesidad de actualización constante, los empleados toman cada vez más las riendas de su formación. Las áreas de formación han de estar atentas y proveer de todo lo necesario para fomentar este proceso de autoaprendizaje potenciando canales, recursos y formatos.
Gracias a las diferentes metodologías de aprendizaje, la formación se puede hacer cada vez más atractiva y convertirla en un valor añadido de la empresa. Para los Millenials y la Generación Z la formación es una de las cuestiones claves a la hora de elegir una empresa para la que trabajar.
La formación ha pasado de ser una experiencia casi puntual, una o dos veces al año, a ser un requisito de continuidad. Cualquier profesional con independencia de la generación a la que pertenezca ha de trabajar en su capacidad de adaptación a los nuevos entornos, y los que están por venir. La formación debe dar respuesta más allá de las competencias técnicas a las habilidades que se necesitan para el desempeño en entornos tecnológicos y con modelos de trabajo diferentes.
Las personas ya no pueden ser sujetos pasivos en su formación, la formación ha de desarrollarse de tal forma que las personas participen activamente en su proceso de aprendizaje, generando experiencias enriquecedoras, motivantes, dirigidas, personalizadas, positivas y experienciales.
El foco ya no está sólo en qué aprendemos sino en cómo lo aprendemos. En generar experiencias que doten a las personas de aprendizajes significativos y personalizados.
Este es el reto de todos los que trabajamos en formación, generar experiencias de aprendizaje atractivas, enriquecedoras y que supongan un verdadero valor añadido. Este valor añadido será tanto más significativo cuando más valor aporte la formación a las personas, ya no sólo en conocimientos sino en la propia experiencia de aprendizaje.
Aunque no hay que perder de vista que la formación, a pesar del factor "experiencia de aprendizaje", no debe perder el sentido, la necesidad y el objetivo. Después de casi veinte años dedicada a la formación muchas veces me he encontrado con clientes que habiendo llevado a cabo procesos de formación que en primera instancia parecían muy prometedores, luego se quedaron en "fuegos de artificio", sin un objetivo y sentido claro.
La experiencia de aprendizaje y la formación como palanca de cambio que contribuye a alinear el desarrollo de las personas y las necesidades del negocio, siempre y por encima de todo debe estar orientada a un objetivo y una necesidad, debe tener un sentido. Y será tanto más relevante y significativa cuanto más se consiga ajustar el objetivo, o sea el qué, con el método, o sea el cómo.