Desde que empezó la pandemia y, sobre todo, durante el confinamiento, no dejamos de oír eso de que "de aquí salimos mejores" o que íbamos a aprender mucho. Encontrarnos de golpe con una situación así, en la que, de pronto, se nos privaba de las cosas más sencillas, nos hizo apreciar mucho más lo afortunados que habíamos sido hasta el momento.
Durante los momentos más duros nos dimos cuenta de lo valiosas que eran cosas tan básicas como poder salir a la calle cuando te apeteciera, dar un paseo por el parque, encontrar comida en el supermercado (o papel higiénico), ir a ver a un familiar, compartir una comida.... Jamás hubiéramos pensado que esas cosas, en el fondo, son regalos que nos da la vida y que, en un momento determinado nos pueden ser arrebatados.
Está claro que solo cuando temes perder lo que tienes es cuando lo aprecias. Así que ese sentimiento de pérdida que todos experimentamos nos hizo sentirnos más agradecidos. A día de hoy todavía hay muchas cosas que antiguamente dábamos por hecho que ahora mismo agradeceríamos infinitamente recuperar. Y cuando recuperamos alguna de esas cosas, nos sentimos muy agradecidos, pero... ¿por cuánto tiempo?
Esta historia nos puede hacer reflexionar.
Esta historia es un ejemplo de la denominada “Ley de la utilidad marginal decreciente”. Esta ley económica establece que el consumo de un bien proporciona menor utilidad (definida como medida de la felicidad o satisfacción) adicional cuanto más se consume. Es decir, las cosas nos generan menos felicidad según vamos consumiendo más de ellas.
Dejando de lado la parte estrictamente económica de la ley, está claro que parte del valor de las cosas se lo damos nosotros. De esa parte estrictamente económica somos muy conscientes cuando una mascarilla pasa de costar 3 céntimos a 3 euros porque no hay en el mercado. Pero ahora también somos muy conscientes de su valor cuando tenemos que respirar con esa mascarilla puesta para salvaguardar nuestra salud. Porque ahora somos más conscientes de que hasta el hecho de respirar sin una mascarilla es un lujo. Más aún nos dimos cuenta durante lo más duro de la pandemia del privilegio de no necesitar un respirador para asistirnos.
No fue solo algo tan básico como la respiración lo que empezamos a apreciar. Un montón de cosas más, cosas más o menos sencillas, cobraron de pronto un valor inesperado. Pero, ¿durante cuánto lo vamos a recordar cuando todo esto pase? ¿Cuánto tiempo hemos tardado en volver a protestar por todo, en despreciar las cosas sencillas de la vida? ¿Vamos salir tan mejorados como pensábamos o tenemos una memoria demasiado débil para poder seguir sintiéndolos felices y afortunados por lo que tenemos?