Lunes por la mañana. O martes. O quizás miércoles. Puede que incluso sábado o domingo. Los días se suceden pero no hay mucha diferencia entre unos y otros. Si eres de los que salen a trabajar puede que distingas más entre los días laborables y los festivos. Si estás teletrabajando las líneas empiezan a borrarse. Poco cambio en el paisaje. Si estás en ERTE o simplemente no tienes trabajo, seguramente es casi imposible distinguir unos de otros.
Es más que posible que tus actividades se hayan reducido drásticamente. Nada de salir a tomar copas, nada de gimnasio, hace meses que no vas al cine o a comer fuera y los viajes más largos han sido a hacer la compra. Con este panorama, ¿quién no está cansado, aburrido, desmotivado o, incluso deprimido?
La fatiga pandémica es un término que ahora oímos a todas horas. Viene a describir cómo se siente una gran parte de la población y su forma de reaccionar a una situación que ha sobrepasado todas nuestras capacidades de afrontamiento. El estrés es una reacción normal e, incluso, a veces adaptativa a una situación para lo que no sentimos tener recursos adecuados para hacer frente. Pero cuando ese estrés se mantiene en el tiempo, los problemas empiezan.
Si bien es cierto que el estrés ya era de por sí un mal común en nuestra sociedad, lo que está haciendo la pandemia a nuestro estado emocional es mucho más agresivo. Personas que hasta ahora han sido capaces de afrontar adecuadamente las altas exigencias del día a día, se encuentran actualmente sobrepasadas por las distintas situaciones que genera la Covid. Quien no está preocupado por su salud y la de los suyos sufre la crisis económica o el miedo a quedarse sin trabajo. El aislamiento social, la falta de actividades lúdicas, la incertidumbre ante lo que va a pasar, las restricciones en las libertades... Todo este cúmulo de situaciones difícilmente gestionables generan un estado de ánimo apático, irritable, depresivo... Da igual el sexo, la edad, la condición física, social... Todo el mundo está tocado y la irritabilidad de unos encuentra su blanco en quien se tiene al lado, que responde del mismo modo, creando una bola de nieve que lo empeora todo.
Y ese hartazgo hace también que descuidemos las normas básicas de prevención de la salud. Se descuida la higiene de manos, se dejan de lado las mascarillas, se rompe el distanciamiento... Se acaban llevando a cabo comportamientos que empeoran la situación y que nos llevan a un recrudecimiento de las medidas de control. Una pescadilla que se muerde la cola.
Esa es la realidad. Probablemente hasta aquí todos de acuerdo. Pero no se trata de limitarnos a decir lo mal que está la cosa. Eso ya lo sabemos y no aporta mucho. El tema es, ¿se puede hacer algo?
Las noticias sobre la vacuna son alentadoras. Pero hay que ser realistas. No podemos basar nuestro estado de ánimo en falsas expectativas. No digo que no vaya a haber vacuna nunca, pero no podemos basarlo todo en cosas que no están en nuestras manos. Por lo tanto, ¿qué podemos hacer?
¿Hay algo que hagas tú que creas que pueda ser de ayuda? Cualquier sugerencia se agradecerá más que nunca.