Si las vacaciones nos estresan es, fundamentalmente, por tres posibles motivos:
- Las relaciones: pasar 24 horas al día durante más de una semana con la familia puede ser una experiencia, cuanto menos, compleja. Está claro que la convivencia es difícil y cuando nos hemos acostumbrado a vías de escape como el trabajo y otras obligaciones ese "baño de relaciones nos ahoga".
- La obligación de disfrutar: cuando por fin tenemos ese tiempo libre que tanto esperábamos para hacer todas esas cosas que siempre dejamos pendientes por falta de tiempo, nos imponemos unas agendas de actividades y compromisos sociales que dejan en nada a nuestra agenda laboral. Madrugones, horarios, carreras, citas... que estresarían al más pintado. Todo con tal de sacar el máximo jugo a cada minuto de nuestro valioso tiempo libre.
- El exceso de responsabilidad y sentimiento de culpa: ese sentimiento que nos impide desconectar y nos obliga a llevarnos el trabajo a cuestas. Las nuevas tecnologías que supuestamente nos hacen la vida más sencilla se convierten, de este modo, en una cruz que debemos cargar durante nuestras vacaciones. Así, tenemos la obligación de consultar el correo, de contestar a una llamada del trabajo, etc. Esto nos impide desconectar e, incluso, nos hace sentir aún más estrés por la sensación de haber abandonado nuestras responsabilidades.
Sea cual sea la causa del estrés que nos generan las vacaciones, podemos y debemos cambiar el chip para conseguir descansar y recargar pilas. Las vacaciones no son un capricho, son una necesidad y una oportunidad única para volver con fuerzas renovadas y evitar los problemas que acarrea la rutina diaria.
Pero esto sólo es posible si nos libramos del estrés, así que deberíamos:
- Ser "egoístas" y dedicarnos tiempo a nosotros mismos. Limitar las responsabilidades y permitirnos dejar cosas sin hacer. Decir "no" cuando sea necesario. Dejar el trabajo lo más cerrado posible antes de irnos y en buenas manos (algún compañero podrá cubrirnos) y olvidar Internet, ordenador, teléfono...
- Hacer planes con familia y amigos, pero no imponernos un calendario social excesivo.
- Evitar sentirnos obligados a disfrutar y sacar el máximo jugo a nuestro viaje o días libres. No se disfruta por obligación. Hemos de buscar la calidad, no la cantidad. No se trata de hacer muchas cosas, sino de deleitarnos en lo que hacemos: un paseo, un paisaje, un libro...
- Dejarnos llevar, ser más flexibles que de costumbre, improvisar, variar planes, probar cosas nuevas, conocer gente...
- Hacer esas cosas que nunca tenemos tiempo de hacer, pero por el placer de hacerlas, no por obligación. No pensemos: "Ahora o nunca". Habrá tiempo para todo y, si no lo hay, sabremos que no lo hemos hecho por hacer algo que nos apetecía más.
- Evitar los excesos. Los excesos nunca son buenos, así que nada de comilonas, caminatas interminables, siestas eternas, deportes nunca practicados y para los que nuestro cuerpo no está preparado...
Unas vacaciones en las que nos podamos relajar, divertir y, sobre todo, que podamos disfrutar, son el merecido premio a nuestro trabajo y la clave para una vuelta más provechosa.
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