"Los que tienen mayor éxito no son los más inteligentes ni los que más habilidades poseen, sino aquellos que son capaces de dominar sus emociones y conocer las de los demás". Goleman
Saldarriaga (2008), Ospina (2010) ya señalaban que "las organizaciones se manejan en un entorno impredecible, dinámico y turbulento; que están expuestas a constantes cambios debido al dinamismo del medio en que se desenvuelven, y establecen que la gestión humana es un proceso esencial que constituye un factor determinante de competitividad de las organizaciones".
Es un reto para cada organización identificar aquellas competencias que resultan críticas según el momento en que se encuentran las personas, los equipos, la organización misma y el mercado. En este contexto, como venimos comentando en varios posts previos, cabe destacar que las competencias relacionadas con la inteligencia emocional y social resultan claves para el desarrollo del talento.
Diversos autores consideran que la presencia de un mayor nivel de inteligencia emocional en los individuos, propicia mejores resultados para las organizaciones. Vakola, Tsaousis y Nikolaou (2004), señalan que la influencia de "la inteligencia emocional no solo se limita al mayor rendimiento obtenido, sino que su influencia se extiende hacia la satisfacción de las personas en su trabajo, a una mejor orientación al cambio y al fortalecimiento del compromiso con la organización". La filosofía de la Gestión del Talento es invertir en aquellas personas que ya han demostrado una alta capacidad de aprendizaje significativo, relevante, flexible y cooperativo.
La forma de favorecer que esa capacidad de aprendizaje se siga desplegando radia precisamente en reforzar la capacidad de relación e interacción. Si aumentan su interdependencia con otros equipos, áreas y stakeholders, se "dispara" su ritmo de desarrollo, incluso en aquellas competencias que tienen un carácter específico o técnico.
El desarrollo de competencias relacionadas con la inteligencia emocional y social catalizan el aprendizaje de las competencias técnicas y específicas identificadas como relevantes por la organización, aumenta la capacidad de adaptación al cambio, desarrollan la flexibilidad para trascender paradigmas obsoletos y conquistar otros nuevos, "desacomoda" a las personas, les permite gestionar su propio nivel de energía y les empodera y responsabiliza en relación a su futuro.
Para favorecer tanto la retención del talento como la fidelización y el compromiso, autores como Mayer y Salovey, proponen que la empresa debe implementar programas basados en:
En la apuesta por las competencias emocionales-sociales además de lo técnico, está la combinación "ganadora" para desafiar los contínuos retos del día a día.