Vivimos en una sociedad cada vez más dividida. Parece que desde todos los frentes (política, medios de comunicación, redes sociales...) lo que se busca es la confrontación. Cualquier aspecto es bueno para generar un "unos contra otros". La política, el sexo, el color de la piel, la religión, el deporte, el covid.... No hay un solo tema que no sirva para dividirnos. Y esa división está generando posturas cada vez más radicalizadas. El "otro", el que no piensa como yo, es el enemigo y, por tanto, es a quien debemos atacar y ganar.
El problema es muchos de esos "enemigos" son nuestros familiares, compañeros, amigos... Dicen que si dos están de acuerdo en todo es uno no está pensando. Así que lo más sencillo es acabar no coincidiendo con el que tenemos al lado. Y si la discusión pasa a ser una guerra, nos encontramos que estamos de lucha prácticamente las 24 horas del día, 7 días a la semana. Bastante tenemos ya. Y lo último que queremos a día de hoy, con la que está cayendo, es perder el apoyo de las personas que nos importan por discusiones que, en la mayoría de los casos, realmente no nos llevan a ningún sitio ni aportan nada a nuestras vidas.
Porque nuestro principal problema es que no dialogamos, sino que lanzamos monólogos, con la vana intención de cambiar la opinión del que tenemos enfrente. Y para nuestra desgracia, cuando lo que tenemos enfrente es una persona intentando convencernos de justo lo contrario de lo que pensamos, la reacción más habitual es cerrarnos como una ostra. Entonces, ya no escuchamos. Nos enrocamos en nuestros argumentos y no oímos nada que vaya en contra de ellos. Entonces solo es posible el desencuentro.
Pero no todo está perdido. Tenemos a nuestro a nuestro alcance una herramienta infalible, no para conseguir que el otro se pliegue a nuestras ideas y las secunde, pero sí al menos para mantener nuestras relaciones intactas.
Si queremos que nuestras relaciones no se resientan la clave la tenemos en nuestra capacidad de escucha. Ser buenos oyentes es una habilidad básica para lograr relaciones positivas y reducir la agresividad que se puede generar cuando nos encontramos con posiciones radicalmente opuestas. Porque, ¿cuál es la reacción que se produce cuando nos damos cuenta que la persona que tenemos delante no está intentando convencernos de nada, sino que está escuchándonos interesada en saber cuál es nuestra opinión? En esa situación, resulta imposible sentirse atacado por el otro, no es posible percibir al otro como nuestro enemigo, como aquello contra lo que tenemos que luchar. Entonces se produce el milagro porque, aunque no cambiemos de opinión (o quizás sí), habrá una conexión real entre dos personas y hasta será posible que se encuentren aspectos en común que acaben funcionando como puntos de anclaje para reforzar la relación.
Así que practicar nuestras habilidades de escucha es la mejor forma de mantener unas relaciones interpersonales positivas y, quien sabe, incluso aprender algo de los demás.
Recordemos las principales claves de la escucha activa: