La preocupación por la felicidad y por tener una vida plena es algo inherente al ser humano. Es un tema que ha cautivado a filósofos de todos los tiempos. Si nos remontamos a Aristóteles, en su ética, nos hablaba del concepto de la Eudaimonia como el arte de "vivir y hacer el bien". Para Aristóteles el propósito del hombre es lograr la eudaimonia, que es un estado de felicidad serena y permanente, más que la exaltación momentánea de los sentidos.
Hoy en día vivimos en una gran paradoja, por un lado, estamos inmersos en una búsqueda ansiosa de vivir a tope el presente y no perdernos nada, y paralelamente sentimos una necesidad creciente de esa felicidad "serena y permanente".
Seligman, uno de los padres de psicología positiva, considera que el florecimiento humano se basa en cinco pilares: emoción positiva, compromiso, relaciones, significado y realización. Todos los seres humanos buscan la felicidad. Sin embargo, muchos la buscan por medios equivocados o bajo la confusión de lo que es realmente la felicidad. Existe bastante consenso en que las dimensiones clave de lo que significa estar bien y vivir una buena vida incluyen: autonomía, crecimiento personal, relaciones positivas, propósito en la vida y autoaceptación.
El psicólogo y sociólogo Corey Keyes realizó un estudio interesante en el que se preguntó: ¿qué es el florecimiento humano y cuántas personas realmente logran florecer? Consideró que "florecer" significa vivir en un rango óptimo de funcionamiento humano caracterizado por la gratitud, el crecimiento y la resiliencia, con el que conseguimos mantener nuestro equilibrio emocional. Su trabajo epidemiológico sugirió que en Estados Unidos solo el 17,2% de los adultos florecen. Un 14,1 % sufre depresión mayor, y el resto se limita fundamentalmente a "languidecer". Entendía por "languidecer" un estado intermedio en el que no existen trastornos mentales propiamente dichos, pero no logramos desarrollar nuestro potencial, de manera que podríamos describir nuestras vidas como «huecas» o «vacías». Es una sensación de estancamiento, insatisfacción vital y callada desesperación o resignación en la que nos desgastamos sin lograr nada relevante. Visto así, da hasta miedo.
Fredrickson y Losada, llevaron a cabo un estudio en que trataban de evaluar desde la salud mental hasta la autoaceptación, el propósito en la vida, el dominio del entorno, las relaciones positivas con los demás, el crecimiento personal, el nivel de autonomía, así como la integración y aceptación social. Los participantes, durante un período de tiempo debían indicar qué emociones habían experimentado durante la jornada, tanto las positivas como las negativas.
A partir del análisis de los datos establecieron el famoso ratio 3/1, ya que descubrieron que las personas que florecían experimentaban al menos 2,9 emociones positivas por cada emoción negativa. Sin entrar en temas de cuánto de validez tiene esa ratio, lo que si puede interesarnos es el hecho más cualitativo, y es que experimentar en mayor medida emociones positivas ayuda a construir un conjunto de recursos personales que podemos utilizar en momentos difíciles. No obstante, estos mismos psicólogos también advierten que, el objetivo no puede ser prescindir de las emociones negativas, hacen referencia a lo que denominan una "negatividad apropiada", la cual desempeña también, un papel esencial en el florecimiento humano. De lo que sí hay que huir es de la "negatividad inapropiada", como estado absorbente y generalizado que domina nuestra vida durante tiempo, impidiéndonos crecer.
La buena noticia es que la evidencia científica relacionada con el florecimiento es sólida, y numerosos estudios muestran que las actividades simples pueden conducir a una mejora notable del bienestar general. Y por actividades simples se incluyen: valorar lo de bueno que tenemos en la vida, ser generosos, establecer relaciones y buscar vínculos, actuar desde el propósito, retarnos; básicos para nuestra salud mental, equilibrio psicológico y crecimiento personal.