Siempre se ha dicho que "se pilla antes a un mentiroso que a un cojo" pero, esta afirmación parece que no ser tan cierta como creemos. De hecho, estamos bastante equivocados al respecto, y las películas y series no ayudan a desbaratar este mito.
Conocer si una persona nos está diciendo la verdad es especialmente relevante, sobre todo en algunos ámbitos. Desde el campo de la psicología es un tema especialmente interesante porque en la mentira están implicados casi todos los aspectos que se suelen estudiar: la volición, la información, el pensamiento, el conocimiento, las emociones, las interacciones, las conductas, la comunicación verbal y no verbal, las creencias, los valores, los refuerzos, etc.
Hay mucha creencia falsa respecto a la mentira y los mentirosos, y muchos de estos mitos se han asentado en la amplia aparición de películas, series, libros de autoayuda, etc. que, sin apoyarse en estudios científicos rigurosos, nos han hecho creer en eso de la facilidad de detectar los falsos argumentos.
Así, en series como "Miénteme", nos hacían creer que personas adiestradas en la observación de "microgestos" podrían detectar sin problema si se está diciendo la verdad o no.
Analicemos con un poco más de seriedad estas opciones.
A la hora de evaluar la credibilidad de un testimonio nos podemos basar en tres aspectos: el fisiológico, el comportamental y el centrado en el contenido.
Las respuestas fisiológicas (sudoración, ritmo cardiaco, dilatación de las pupilas, etc.) que aparecen cuando alguien miente, no están sujetas al control voluntario y, por tanto, podrían desenmascarar al mentiroso. Así, la teoría dice que si mentir nos genera un malestar físico, éste se puede detectar y sería lo que nos permitiría pillar a la persona mintiendo.
Ésta es la base del polígrafo, la famosa "máquina de la verdad".
Pero el polígrafo no es una forma fiable de descubrir la mentira, precisamente porque se basa en la idea que la persona se siente mal por engañar y sin este malestar, no hay mentira. Esto tiene dos problemas:
En este caso, la detección de la mentira se basaría en manifestaciones comportamentales que también estarían poco controladas de forma voluntaria. Especialmente, de la comunicación no verbal.
Así, se han asociado una serie de indicadores no verbales a la mentira como, por ejemplo, taparse la boca, tocarse la nariz, tirar del cuello de la camisa... y, sobre todo, retirar la mirada.
Aquí se incluiría lo que hacían los protagonistas de "Miénteme". Fijarse en todos esos pequeños e involuntarios gestos, y analizarlos para determinar si la persona decía o no la verdad.
Los estudios científicos realizados al respecto muestran que el significado de los indicadores depende de las circunstancias, de tal modo que hay indicadores que discriminan muy bien en unas circunstancias pero no en otras y, por el contrario, algunos indicadores sólo discriminan en algunas circunstancias. Por lo tanto, deberíamos conocer estas circunstancias para, realmente, estar en disposición de saber si alguien miente.
Por ejemplo, el tiempo de latencia de la respuesta (lo que se tarda en responder) es mayor cuando la mentira no estaba preparada de antemano, sin embargo, cuando se ha pensado con antelación, el tiempo para responder es significativamente más corto que cuando se dice la verdad. Esto queda perfectamente reflejado en "El test psicológico", una de las historias que aparecen en el libro "Relatos japoneses de misterio e imaginación", de Edogawa Rampo.
Por lo tanto, no existen gestos que, universalmente y en cualquier circunstancia, permitan concluir que se está mintiendo.
Este se centra en el propio contenido de la mentira e implica que cuando se cuentan sucesos imaginados (falsos) hay diferencias respecto a la narración de hechos reales en lo que tiene que ver con los elementos perceptivos (espaciales y temporales), afectivos (reacciones emocionales derivadas de ello), de detalle y apoyo (por ejemplo, lo que pasó antes y después). De este modo, cuando estamos contando un hecho que realmente nos ocurrió, lo "adornaremos" más con las emociones que sentimos, con lo que habíamos hecho antes, lo que hicimos después, etc.
En estudios realizados sobre esto tampoco resultaron concluyentes. Por ejemplo, en el estudio realizado por Higueras y Bernbirre se vio que la respuesta dependía en gran medida de la carga emocional que se generaba en función de las consecuencias que tendría esa mentira.
Resumiendo: no es fácil detectar mentiras. En el análisis llevado a cabo por Vrij en 2000 sobre 35 estudios amplios sobre la detección de mentiras, se vio que la precisión nunca estaba por debajo del 30% ni por encima del 64%. De hecho, está en torno al 50%, lo mismo que si lanzáramos una moneda al aire. Tampoco se ha detectado que las personas supuestamente entrenadas para detectar mentiras (policías, jueces, etc.) sean más precisas haciéndolo que cualquiera de nosotros.