En anteriores ocasiones ya hemos tratado acerca de grandes deportistas, a todos ellos, se les presupone un espíritu inquebrantable, ferreo, capaz de sobreponerse a cualquier dificultad, pero, ¿de dónde proviene ese afán de superación?
La palabra competencia deriva del latín “competere” y significa “buscar conjuntamente”. Según su acepción más extendida en nuestro idioma, entendemos que existen diferentes tipos, y así podemos encontrar que se puede competir con uno mismo superando las propias marcas o metas, o las de otras personas; se puede competir individualmente o en equipo, de manera agresiva o naturalmente, súbitamente o progresivamente.
Ya sea en un caso o en otro, en la competencia existe un impulso innato de superación.
En anteriores ocasiones ya hemos tratado acerca de grandes deportistas y hemos ensalzado ampliamente sus múltiples talentos y virtudes, tanto a nivel individual como colectivo, que les han llevado a superar todas las barreras existentes por medio de su esfuerzo y trabajo.
A todos ellos, por defecto se les presupone un espíritu inquebrantable, ferreo, capaz de sobreponerse a cualquier dificultad, pero, ¿de dónde proviene ese afán de superación?
Si analizamos por encima a las figuras más destacadas dentro del mundo del deporte y muchos otros ámbitos, descubriremos que los grandes campeones, las historias que se han forjado casi en leyenda tienen detrás una larga tradición de rivalidades que en gran medida han contribuido a impulsar el desarrollo de cada una de las disciplinas donde se han producido. Los ejemplos los tenemos bien cerca y son fácilmente reconocibles dado que suelen coincidir con los momentos más recordados y celebrados por los aficionados.
Recientemente, el pasado 30 de noviembre nuestro país se paralizó por la noche a causa de un partido de fútbol. Los dos equipos capaces de semejante hazaña no eran de final de tabla, eran el primero y segundo clasificados: el Real Madrid y el F.C. Barcelona, o lo que es lo mismo, el aspirante frente al vigente campeón. Los expertos los califican como los dos equipos de fútbol más potentes que existen en la actualidad, que además mantienen una rivalidad histórica que se remonta a sus orígenes. Por eso se trata del partido más deseado por los aficionados y la victoria de uno sobre el otro queda magnificada de tal forma, aunque realmente el título todavía siga en juego.
El tenista Rafael Nadal es uno de los mejores jugadores que ha dado la historia, y actualmente ostenta el número 1 del ranking ATP. Posiblemente los partidos que mejor recordemos sean los que le han enfrentado al suizo Roger Federer, el mejor tenista de la historia. ¿Puede haber mayor logro o mayor motivación que ganar al mejor?
Anteriormente podríamos hablar de André Agassi y Pete Sampras, Jimmy Connors y John McEnroe o Boris Becker y Stefan Edberg.
En baloncesto, probablemente la mayor rivalidad existente entre dos equipos de la mejor liga del mundo: la NBA, la podemos encontrar entre los Boston Celtics y los Ángeles Lakers quienes es su época dorada de los 80 estaban dirigidos por dos de los más grandes jugadores de todos los tiempos: Larry Bird y Magic Johnson, su lucha por el trono de mejor jugador del mundo fue sobrepasada con la irrupción en escena de un joven jugador procedente de la Universidad de Carolina del Norte que hizo historia dentro de los Chicago Bulls, el baloncesto y la historia del deporte mundial, alguien capaz de superar a todos los grandísimos rivales que le salieron al paso: Michael Jordan.
¿Algún aficionado de la F1 recuerda esos apasionantes duelos de Ferrari y MC Laren? ¿ Los momentos de máxima tensión entre Alain Prost y Ayrton Senna? ¿O las más recientes victorias de un jovencísimo Fernando Alonso frente al todopoderoso Michael Schumacher?
¿Recuerdan más vivamente los aficionados al ajedrez algún otro enfrentamiento que los de Anatoly Karpov y Garry Kasparov?
Todas estas victorias memorables que aún tenemos en nuestras retinas representan el máximo exponente de la competición y el desarrollo personal y grupal,puesto que sitúan a cada uno de sus protagonistas es un momento álgido de crecimiento, la prueba final de todo su esfuerzo y aprendizaje, desarrollado en muchos casos para paliar las deficiencias existentes, fortalecer cualquier debilidad y evitar que el rival encuentre un punto de flaqueza frente al que aplicar un punto extra de presión.
Siempre y cuando la competencia esté conducida por altos valores morales, beneficia no solo al individuo o grupo sino a la institución a la que pertenezca y al deporte mismo, no solo por las virtudes de progreso a las que hacían referencia las inmortales palabras del barón Pierre de Coubertin durante la inauguración de los primeros Juegos Olímpicos de la Edad Moderna en 1896 en Atenas: "Citius altius fortius" (más rápido, más alto, más fuerte), sino porque desde el punto de vista pedagógico, se presenta como un excelente ejemplo de la teoría de aprendizaje por observación o imitación propuesta por el psicólogo Albert Bandura.
Tomando su ejemplo, cualquier niño podría observar cualquiera de estas grandes gestas y viendo como son convenientemente reforzadas y ensalzadas por la gente, esperar recibir el mismo premio en su búsqueda por seguir o “imitar” estás acciones tan bien recompensadas. Finalmente el niño reorganizará todo su aprendizaje, para personalizarlo y acabará terminando interiorizándolo.
La sana competencia y la preocupación por mejorar serán por tanto, valores que nos acompañarán durante toda nuestra vida y que podremos utilizar en diversos campos como elemento reforzante e inspirador.