Sara Carbonero se opera

No. No nos hemos convertido en un blog sobre famosos ni en una revista del corazón. No hablaremos sobre Sara Carbonero, aunque sí la mencionaremos. Simplemente queríamos analizar hasta qué punto la imagen nos condiciona. Y a las pruebas me remito para decir que bastante más de lo que sería recomendable y también bastante más de lo que reconocemos.

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Patricia Lanza

Desde chiquititos nos cuentan eso de que "lo importante es el interior". Pretenden hacernos creer que la belleza está por dentro y que los atributos físicos son sólo adornos que pierden valor con el tiempo.

Esto último es totalmente cierto pero sólo por una cuestión de desgaste: los años no pasan en balde.

La triste realidad es que por mucho que de pequeños nos leyeran "El patito feo", ahora sabemos que es sólo un cuento. En el sentido más amplio de la palabra. Porque, nos guste o no, la imagen física es importante.

Como he dicho, esto no es un post sobre cotilleos del corazón, así que no entraré al debate sobre si Sara Carbonero está donde está sólo por su físico o por su competencia profesional (soy consciente de que esto tiene el mismo efecto que el de un juez diciendo al jurado que no tenga en cuenta las declaraciones del testigo. La pregunta ya está en el aire).

La realidad es que sí existe discriminación, tanto positiva como negativa a la hora de contratar a alguien para un puesto de trabajo en función de su apariencia física.

Esto es más obvio para determinados puestos. Por ejemplo, se ha visto que es más difícil que se contrate a una persona con sobrepeso para puestos de cara al cliente. Ya ni hablamos de la televisión. Algunas presentadoras han declarado abiertamente que en sus programas no se contrata a mujeres feas. Tampoco hacía falta que nos lo dijeran, salta a la vista.

En cualquier caso, es difícil saber hasta qué punto esta discriminación existe. Va contra la ley discriminar por el físico, con lo cual nadie lo va a reconocer y, por tanto, las excusas son tan variadas, que resulta muy complicado achacarlo a este motivo.

Sí se ha visto que las personas con sobrepeso, por ejemplo, tienen el doble de posibilidades de ganar menos y cuatro veces más de sufrir acoso laboral. Incluso, en estudios realizados, los empleadores han reconocido que son reacios a contratar a personas obesas.

Otro problema a la hora de identificar este tipo de discriminación es que, a veces, ni siquiera somos conscientes de ello. O no queremos serlo.

Marc F. Luxen y Fons Van de Vijver publicaron en el Journal of Organizational Behavior un estudio que demostraba que el atractivo facial es decisivo a la hora de que un aspirante sea elegido para un puesto de trabajo. Lo curioso del tema, es que esta influencia es positiva cuando el entrevistador es del sexo opuesto al entrevistado. Si ambos son del mismo sexo, entonces se opta por seleccionar a una persona menos atractiva. Parece que no nos gusta la competencia.

Y si todo esto tiene unas importantes consecuencias laborales, no son menores los efectos personales que la autoimagen crea en nosotros.

Me remito de nuevo al ejemplo y título de este post porque la reflexión surgió cuando vi este mismo titular en la prensa. En ese momento pensé: "Si una mujer como esta tiene que operarse, ¿qué tendremos que hacer las demás?". Y más allá: ¿qué clase de autoimagen tiene esta chica para sentir la necesidad de pasar por un quirófano?

Parece ser que la presión social (y/o laboral, como hemos visto) es tan fuerte que hace que ninguna mujer (y ahora también hombre) se acabe de sentir satisfecho con su cuerpo. Tan insatisfecho que, incluso, llegamos a poner en peligro nuestra integridad física sometiéndonos a intervenciones quirúrgicas innecesarias para ser "más guapos".

Y por lo que se ve, nunca estamos satisfechos. Y mientras tanto, le contamos a nuestros hijos la historia del "Patito feo" con la esperanza de que ellos sí crean que deben buscar la belleza en el interior.

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