Dice Jorge Santayana que "Quien olvida su historia está condenado a repetirla".
Pero, ¿qué pasa con quien la tergiversa?
Al ser humano le gusta contar historias. Todas las civilizaciones han tenido fábulas, leyendas, cuentos... que se han transmitido de padres a hijos, ya fuese verbalmente o por escrito.
Desde el siglo XX, el papel de fabricante de historias lo asumió el cine. A través de las películas se han contado historias de amor, de aventuras, de ciencia ficción, de misterio... Los géneros son múltiples y la calidad de las películas también.
Si bien se espera que la imaginación vuele cuando de contar historias se trata, hay ocasiones en las que sería precisamente, lo contrario lo ideal. Éste es el caso del género histórico. Cuando se hace una película para narrar un hecho verídico se espera que éste se ajuste lo más posible a la realidad de los acontecimientos, pero parece que las ocasiones en las que esto ocurre son las menos.
Las deformaciones de la realidad son muchas y variadas y responden a distintos motivos. Entre ellos:
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La mayoría de estas cosas serían irrelevantes si no fuera por dos motivos fundamentales.
Un estudio publicado en el Psychological Science por Andrew Butler y colegas (Using Popular Films to Enchance Classroom Learning: the Good, the Bad, and the Interesting) demuestra que se retiene un 50% más de información cuando se ve una película histórica que cuando se lee un libro sobre el tema.
Butler también indica en este estudio que si no se advierte previamente de que existen partes de la película que no ajustan a la realidad, la tendencia es a considerar todo como cierto.
Así que reflejando hechos distorsionados en el cine estamos desinformando a muchas personas. Y aquí viene el verdadero problema.
No ha sido sólo el cine el que ha cambiado la historia. Son muchos los casos de alteraciones de los hechos por distintas razones más o menos voluntarias. Desde errores inocentes provenientes de la fragilidad de la memoria, hasta modificaciones motivadas por intereses políticos... el relato de los hechos pasados ha ido sufriendo importantes sesgos que han tenido y siguen teniendo nefastas consecuencias.
Muchos de los problemas a los que nos enfrentamos actualmente provienen de esas alteraciones.
Como dice Antonio Muñoz Molina, las cosas "pueden parecer inocuas, hasta el momento en que nos impulsan a tomar decisiones dañinas o directamente catastróficas. En nombre de una narración embustera de una batalla sucedida en el siglo XIV se pueden cometer masacres trágicamente verdaderas a finales del XX".
Actos de terrorismo justificados por realidades inexistentes, odio a grupos basados en verdades a medias, asesinatos en nombre de hechos tergiversados, buenos y malos creados con una visión dicotómica de la vida que, con un mínimo análisis, cae por su propio peso...
Por todo esto, debemos apelar a una mayor responsabilidad a la hora de creer a pies juntillas lo que nos cuentan de la historia. Porque exista o no intención de manipularla, las consecuencias de las distorsiones pueden ser muy importantes y sólo la capacidad crítica y el interés por conocer todas las perspectivas nos pueden hacer más objetivos y, sobre todo, pueden evitarnos caer en odios y estereotipos que pueden hacer mucho daño. Si las cosas no son blancas o negras, las personas tampoco son buenas o malas. No convirtamos el mundo en una película de indios y vaqueros.