El estrés, esa constante en nuestras vidas. ¿Quién no está estresado? Casa, trabajo, familia, hipoteca, atascos... La frase de "lo único constante en la vida es el cambio" se podría modificar en muchos casos por "lo único constante es el estrés". Pero si lo vemos desde otra perspectiva, es posible encontrar alguna clave para controlarlo.
Supuestamente hay personas que no están estresadas (yo siempre acudo al ejemplo de las meigas, porque digo yo que, haberlas, haylas). Pero, sinceramente, el que pueda decir que nunca se ha estresado que tire la primera piedra.
Todos sabemos que a día de hoy el estrés no tiene mucho sentido. Obviamente, la respuesta de lucha o huida ha perdido por completo la capacidad adaptativa que tuvo en sus orígenes. Correr cuando nos encontramos a un león puede salvarnos la vida. Hacerlo ante un cliente cabreado no parece tan práctico.
Pero ahí sigue, dando la lata, como el apéndice, pero más difícil de eliminar.
Por eso, los métodos que el ser humano busca para librarse de él son múltiples y variados: psicoterapia, ejercicio, pastillas, yoga... Cualquier cosa es válida si consigue que nos sintamos un poco más liberados.
Yo, que me declaro una de las personas más estresadas del planeta, tengo, a pesar de todo, la firme convicción de que debe existir un modo realmente eficaz de librarse de este tormento.
Y es que cuando uno analiza el estrés y lo que lo provoca a posteriori, se da cuenta de lo absurdo de la situación. Porque, efectivamente, ¿cuántas veces el estrés lo hemos generado nosotros en nuestra cabeza, con datos que no están basados en la realidad?
Hay unas cuantas frases que ilustran esta idea a la perfección y que, en algunos momentos, pueden resultar muy inspiradoras:
Este parece ser uno de los principales problemas: la ansiedad anticipatoria. Cosas que no han sucedido todavía y que, incluso, es posible que nunca sucedan. Y sin embargo, tienen la capacidad de absorber nuestros pensamientos y toda nuestra energía.
¿Cuánto tiempo dedicamos a pensar en lo que ocurrirá mañana, o pasado, o el mes que viene, o el año que viene? ¿Y cuántas de esas cosas, aún peor, no son controlables por nosotros?
La anticipación hace que en nuestra cabeza se cree una imagen nítida de lo que ocurrirá (casi siempre negativa). Y esa capacidad netamente humana de imaginar de una forma tan vívida lo que sucederá logra generar en nosotros las mismas emociones que si lo estuviéramos viviendo en la realidad. Así que, como dice Séneca, comenzamos a sufrir antes de tiempo.
Luego, cuando todos esos sucesos agoreros no llegan a hacerse realidad, nos quedamos con cara de tontos pensando en lo mucho e innecesariamente que hemos sufrido.
Noches sin dormir, dolores de cabeza o de estómago, sensación de angustia mantenida... total, para nada. Porque, como decía en esta ocasión Churchill, las cosas que nos han estado preocupando no ocurrieron nunca.
Controlar esos pensamientos anticipatorios no es sencillo, nadie lo ha dicho. Pero sí es importante ser conscientes de ellos, evitar recrearnos en ellos y procurar ser más objetivos a la hora de valorar los datos que tenemos para asegurarnos de en qué medida son realistas.
Y una gran ayuda puede ser el aprender a vivir más el "aquí y ahora". El pasado, pasado está y poco podemos hacer con él. El futuro es impredecible. Así que disfrutemos más el momento porque, ¿cuántas veces perdemos la oportunidad de disfrutar de buenos momentos pensando en el día siguiente? ¿Cuántos fantásticos domingos se han echado a perder por la sombra del lunes? Y luego, quizás el lunes no fue tan malo.