Este verano, conduciendo a través de Francia me llamó la atención que hasta el pueblo más pequeño estaba adornado con flores y cuidado hasta el último detalle. Mi pensamiento en ese momento fue: "Con la que está cayendo, ¿vale la pena esa inversión en algo tan aparentemente superfluo como la estética?". Creo que sí.
Philip Zimbardo llevó a cabo el siguiente experimento: dejó dos coches exactamente iguales (marca, modelo, color...) aparcados uno en el Bronx (Nueva York) y otro en el rico vecindario de Palo Alto (California). Les quitó las matrículas y hasta dejó abierto el capó para que fuese evidente que estaban abandonados.
La idea era estudiar el vandalismo, por lo que se colocaron unos observadores ocultos para ver qué pasaba con ambos coches. La hipótesis inicial llevaba a pensar que los actos de vandalismo iban a surgir en mayor medida en el barrio pobre y, sobre todo, que serían llevados a cabo de noche y por adolescentes. Los resultados no fueron, exactamente, los esperados.
A los 10 minutos de dejar los coches, el del Bronx sufrió la primera embestida: un padre, una madre y su hijo comenzaron a desvalijarlo con toda tranquilidad. En 48 horas se registraron 23 actos de vandalismo.
Curiosamente, sólo una de esas acciones la llevó a cabo un adolescente. El resto fueron adultos y, muchos de ellos, bien vestidos. El anonimato parecía bastar para legitimar los actos porque a nadie le importó que fuera de día o que hubiera transeúntes por la zona.
¿Y qué pasó con el coche de Palo Alto? El automóvil del barrio rico no sólo se había mantenido intacto sino que un día de lluvia, un viandante que pasaba por allí cerró el capó para evitar que el motor se mojara. Incluso el día que el equipo de Zimbardo fue a retirarlo, alguien llamó a la policía para notificar que estaban intentando robarlo.
Hasta el momento parecía que las explicaciones sobre el vandalismo más o menos se mantenían: los barrios pobres y marginales son más propensos a generar actos antisociales.
Entonces se decidió incluir otra variable en el experimento que lo cambió todo. Rompieron una ventana del coche de Palo Alto y observaron de nuevo. Rápidamente el proceso observado en el Bronx se repitió aquí: el coche acabó destrozado. ¿Qué había pasado?
Los resultados de este experimento llevaron a James Wilson y George Kelling a publicar su "Teoría de las ventanas rotas": el comportamiento humano está fuertemente influenciado por signos de orden y desorden. Una ventana rota no reparada en el vecindario es un signo de que a nadie le importa, así que todo el mundo se da por vencido. De este modo, según su teoría, el delito es mayor cuanto mayor es el grado de descuido, la suciedad, el desorden...
Las pequeñas faltas no sancionadas (como aparcar en prohibido, saltarse el límite de velocidad...) nos llevarían a faltas cada vez mayores.
Un cristal roto transmite la idea de deterioro, despreocupación, ausencia de normas, la ruptura progresiva de códigos de convivencia, la idea de que "todo vale". Así, poco a poco, la sociedad se va descomponiendo, permitiendo que sus miembros sean cada vez menos respetuosos con las normas y exista una progresiva pérdida de valores.
Esta teoría fue la adoptada por Rudolph Giuliani para impulsar la política de "tolerancia cero" con el fin de reducir los índices de criminalidad en la ciudad de Nueva York. Su objetivo no era tener "tolerancia cero" con el delincuente, sino con el delito en sí. Así, entendía que evitando que la gente, por ejemplo, realizara pintadas en el metro u orinara en él, se evitaba a su vez que se dispararan otras conductas más problemáticas.
Esta teoría (como casi todas) tiene grandes detractores pero la realidad es que el índice de delincuencia en Nueva York disminuyó considerablemente. Es posible (es más, seguramente) haya otras explicaciones pero, desde luego, me hace replantearme que un pueblo cuidado y con flores quizás no sea tan mala inversión.
También me hace pensar que si todos cuidamos un poco más lo que nos rodea, es probable que la convivencia sea algo mejor. Lo que está claro es que ese pequeño gesto que puede parecer que no tiene importancia, ese pequeño detalle de dejadez, puede tener más consecuencias de lo que pensamos.
¿No valdría la pena actuar como cristaleros aficionados si con un pequeño gesto para mantener en buen estado lo que nos rodea contribuimos con un granito de arena a mejorar la sociedad?