Uno de los destinos favoritos durante las vacaciones de verano es, sin duda, la playa. ¿Por qué nos gusta tanto? ¿Nos comportamos en la playa igual que lo hacemos en otros ámbitos? Vamos a verlo.
Son muchas las razones que hacen de la playa uno de los destinos estrella del verano. Aunque dichas razones han sido estudiadas por los psicólogos, la mayoría de ellas resultan obvias:
Aunque este entorno nos hace sentirnos más relajados, abiertos y comunicativos, nuestra forma de comportarnos va a depender en gran medida de cuál sea nuestro planteamiento cuando vamos a la playa y, por supuesto, de nuestra forma de ser habitual. Como cualquier otro ámbito en el que se reúnan personas, la playa y nuestro comportamiento allí ha sido objeto de estudio de los psicólogos.
Si en condiciones normales el comportamiento no verbal es la base de la mayor parte de la comunicación, en la playa el porcentaje incrementa. Sobre todo la proxémica (forma en la ocupamos el espacio que nos rodea y la distancia que establecemos respecto a los demás).
En la playa la proxémica se expresa en el lugar en que nos asentamos, la manera en que colocamos nuestras pertenencias y, sobre todo, la toalla.
De este modo, las personas más introvertidas buscarán playas o calas más apartadas (caminarán todo lo necesario para lograr encontrar un lugar escondido) y, si no es posible, al menos crearán un espacio de intimidad, usando sillas y sombrillas en forma de barrera. Además, se aislarán de los demás a través de actividades que los absorban como leer o escuchar música.
Por el contrario, los más gregarios preferirán playas más concurridas. Se colocarán en sitios visibles y transitados, como la orilla, y mantendrán una gran disposición a hablar y relacionarse con los otros. Así, estas personas establecerán amistades que durarán ese día, todo el verano o, en los casos de personas fieles a un determinado lugar de veraneo, un grupo que se reunirá de año en año.
También podemos apreciar otros aspectos de la personalidad en la playa:
Pero seamos como seamos, todos agradecemos esos momentos de descanso y desconexión, así que, ¿para qué analizarlo tanto?