¡Ya soy licenciada en Antropología Social y Cultural, y lo voy a celebrar con este post!
Estos años de estudio me han llevado a cuestionarme las ideas establecidas en mi mente, y lo "normal" se ha borrado de mi vocabulario. He comprendido que hay muchas formas de vivir y de pensar... ¡Y esto ha sido un gran descubrimiento!
Hace ya unos cuantos años empecé a estudiar antropología social y cultural en la UNED. Mi primer contacto con la antropología fue cuando estudiaba esta asignatura en mi primer curso de carrera de Comunicación en Salamanca y también fue el primer examen que hice en la universidad. Aprobé. Recuerdo que me resultó muy interesante el debate sobre el origen primero del pensamiento o del lenguaje, y que nos mandaron leer una monografía sobre Marruecos.
Fue después, en una asignatura de los cursos de doctorado cuando volvía a "escuchar" sobre ella, a través de la profesora y artista Pilar Pérez Camarero, que nos mostró la antropología como una herramienta para mirar desde otro punto de vista lo singular de otras culturas. Su forma de contar sus experiencias y viajes en su estudio de los símbolos me resultó fascinante y entonces me dije: "de mayor quiero ser antropóloga". Pero ¿qué es la antropología? -me dijo mi padre. ¿Eso para qué sirve? -preguntó mi madre. Y es que a pesar de ser una disciplina de larga tradición en Inglaterra, Francia o EE.UU., en España ha sido una carrera de segundo ciclo a la que no se la ha dado visibilidad. E incluso, aunque parezca exagerado, a veces me han preguntado si voy a desenterrar vasijas o a analizar huesos de monos y mamuts. Y es que sin duda, la antropología tiene que ver con todos los aspectos de la vida. Anthropos: hombre. El estudio del ser humano, su origen, sus comportamientos, creencias, su organización política, su economía, las distintas estructuras de las sociedades, las identidades... desde un punto de vista holístico, es decir, sin desmembrar las partes y teniendo en cuenta las interrelaciones desde una perspectiva global.
La antropología se ha definido también como el estudio del "otro", de lo diferente, y en esa "otredad" hemos situado a los demás, siendo el "nosotros" el punto de partida para cualquier estudio de lo humano. A ese "otro" lo hemos llamado primitivo, salvaje, supersticioso, raro... en contraposición al "nosotros" civilizado y racional. Este esquema tan arraigado en nuestro pensamiento etnocéntrico se va cuestionando y desmoronando a medida que nos adentramos en el estudio de otras culturas, para el que se hace imprescindible la convivencia del trabajo de campo, definido por Malinowsky, para la comprensión profunda de la sociedad. Es a partir de la permanencia durante un largo periodo de tiempo del antropólogo en esas comunidades cuando éste puede adoptar el punto de vista nativo para ver y entender el mundo tal y como lo hacen ellos.
Durante la carrera de antropología he aprendido que lo "normal" no existe y que el "sentido común" es una falacia. Que la economía sólo es una esfera separada en nuestra cultura "occidental" desde hace poco tiempo y que ésta siempre estuvo "incrustada" en el resto de la sociedad (el parentesco, la religión, la política... en un todo indisoluble) (Polanyi). Que en algunas sociedades el tío materno es incluso una figura más importante que el propio padre y que las obligaciones para con él son rigurosamente respetables. Por qué las mujeres ndembu no comen pollo. Que existen sociedades donde no existe el dinero y donde la reciprocidad es el modo de relación económica. Que las sociedades cazadoras-recolectoras todavía existen y que son sociedades de la abundancia. Que el mundo "civilizado" se apoyó en la idea de "progreso" para explotar y colonizar sobre la creencia de una superioridad legitimadora. Que la diversidad cultural es el rasgo humano por excelencia y que hemos de trabajar por conservar las distintas manifestaciones culturales, en contra de la mundialización que homogeneiza y simplifica bajo un único modelo de hombre y estilo de vida. (...)(...)
Y mamá, la antropología sirve para muchas cosas, sobre todo para cuestionar lo hegemónico y lo natural, para comprender lo alternativo y singular, y para desnaturalizar las creencias occidentales que gobiernan y dirigen el fatum de nuestro mundo.
Y que, como tituló Bohannan a uno de sus libros, "para raros, nosotros".