Ayudar a los demás de forma desinteresada es una de buena forma de enriquecer la propia vida.
La verdadera generosidad, la auténtica, es aquella que da sin recibir nada a cambio.
Esta emotiva historia sirve como ejemplo claro, de lo que significa la autentica generosidad, esa que no busca más que el bien del otro.
Es posible que ya la conozcáis.
Un voluntario de un hospital de la comunidad de Madrid en el desarrollo de su trabajo conoció a Raquel, una niña de 5 años que sufría una extraña enfermedad y que requería de una transfusión de sangre de su hermano de 7 años. Al parecer, este había sobrevivido a la misma enfermedad que ahora amenazaba la vida de su hermana, y había desarrollado anticuerpos para combatirla.
Junto a sus padres, el médico que la trataba, explicó la situación a Pau, y le preguntó si estaba dispuesto a "dar su sangre a su hermana". El niño dudó un poco, y finalmente dijo:"si, lo haré, si eso salva a Raquel".
El doctor dispuso todo lo necesario para realizar la transfusión.
Acostaron al niño y le situaron en una cama junto a su hermana y comenzaron la transfusión. Pau sonreía y les miraba. Todos estaban esperanzados con la recuperación de la niña. De pronto Pau dejó de sonreír y su cara se puso pálida. Miró al doctor y le preguntó con una tenue voz: ¿A qué hora empezaré a morirme?. Todos se quedaron sin habla. Era sólo un niño de 7 años y de la explicación del doctor, no había comprendido una parte. Pau pensaba que tendría que dar toda su sangre a su hermana, pero aún así había dicho que sí.
Si hablamos de pura generosidad, sin duda, este es un buen ejemplo. Aunque uno puede tender a pensar que casos así, hay uno entre un millón, y probablemente sea cierto. Pero por otro lado, hay muchas otras formas de demostrar generosidad en el día a día, sin llegar a vivencias extremas.
La generosidad es un valor algo difícil de encontrar. Tengo algunas dudas, de si a muchos de los niños hoy en día se les hiciera la misma pregunta, responderían lo mismo. Tal vez si, tal vez esa manera tan pura de dar sin dobleces, ambigüedades, susceptibilidades, se vaya perdiendo a medida que maduramos, o simplemente a medida que nos vamos enredando en nuestros propios deseos de tener, ser y estar por encima de nuestras verdaderas necesidades.
No somos capaces de mirar más allá de nosotros mismos, para ver lo que los demás necesitan y ayudarles a conseguirlo de forma desinteresada.
El desinterés, entendido como cualquier acción por o para los demás, que no busque un beneficio personal en el corto, medio o largo plazo, no es un valor en alza. Aunque también es cierto, que con la situación que vivimos hace varios años ya, recibimos afortunadamente noticias bastante frecuentemente de personas preocupadas sincera y espontáneamente por los demás.
Hay muchos estudios que demuestran que más allá del bien que se hace a los demás con un acto de generosidad, acto que tiene expresiones múltiples, los beneficios personales que experimenta el que da son considerables en cuanto a su percepción de felicidad, autoestima, satisfacción con la propia vida. Hay también estudios que demuestran el aumento de determinadas hormonas (oxitocina) relacionadas con el placer, cuando se llevan a cabo actos de generosidad.
La expresión de la generosidad no tiene un camino único, nos habla de generosidad un voluntario que invierte su tiempo en ayudar a otro, el que hace un ejercicio de paciencia con una persona mayor dependiente, el que comparte lo poco o mucho que tiene, el que se preocupa por que a los demás les vayan bien las cosas, el que escucha sinceramente, el que no mira hacia otro lado cuando ve una injusticia, etc.
La generosidad es una decisión voluntaria donde cada uno elige dar más de lo que la obligación a la justicia establece.