Aunque es del todo obvio que la ira no es un comportamiento deseable, es cierto del mismo modo que existen una serie de mitos asociados que justifican y mantienen dicho comportamiento.
En un estudio longitudinal realizado durante 25 años, llevado a cabo con estudiantes de abogacía que se había sometido a una prueba para medir su hostilidad, se comprobó que el veinte por ciento de los que se habían clasificado en el cuarto superior de la escala habían muerto, en comparación con la tasa de muerte de sólo el cinco por ciento para estudiantes que estaban situados en el cuarto inferior. El estudio evidenció que la ira daña el cuerpo y aumenta la tasa de muerte en todos los casos.
No obstante, la ira puede también tener un valor adaptativo, es una señal de que algo va mal, así como un dolor físico es una advertencia de enfermedad. Puede tener un valor positivo cuando nos enfrentamos a una amenaza física o ataque real, en estos casos la ira puede movilizarnos para defendernos o huir.
A veces, la ira también ayuda a poner límites cuando los demás los están rebasando, puede hacernos más firmes en nuestras actitudes y comportamientos para resistir presiones externas.
Aunque en los casos anteriores la ira parece tener un cierto valor positivo, en la mayoría de ellos su valor es eminentemente dañino, para quien la genera y quien la recibe.
Existen algunos mitos relacionados con la ira que la investigación ha demostrado ser falsos.
El primero de ellos es el que relaciona la ira con determinada producción hormonal, y si bien es cierto, que algunas hormonas pueden estar relacionadas en mayor medida con comportamientos agresivos, la investigación ha demostrado que en el comportamiento final de ira pesan tanto el componente físico, como la interpretación cognitiva de los acontecimientos, es decir, la valoración subjetiva que hacemos cada uno de nosotros cuando enfrentamos una situación.
Otro de los mitos relacionados con la ira, es el de que la ira y la agresión son instintos básicos en el hombre. En 1986 se reunieron en Sevilla un grupo de científicos de distintas disciplinas: psicólogos, neurofisiólogos, etólogos procedentes de doce países diferentes que concluyeron que no existe ninguna evidencia científica para apoyar la creencia de que los humanos sean innatamente agresivos y bélicos.
Suele ser habitual oír también que la frustración engendra agresividad, cuando nos sentimos frustrados nos volvemos agresivos. La frustración puede generar ira al igual que otras formas de comportamientos, no exclusivamente agresión. Muchos utilizan el mito de que la frustración conduce a la agresión para justificar su comportamiento, considerando su ira como automática e incontrolable se liberan de su propia responsabilidad en este tipo de comportamientos.
El problema asociado a estos mitos, a estas creencias erróneas, es que generan la idea de que no se dispone de opción. Parece que cuando las cosas van mal, la única respuesta, la natural, es la ira.
La ira es sólo uno tipo de comportamiento entre muchos otros. Muchas personas en la misma situación optan por un estilo de comportamiento diferente. El ser humano es libre para elegir la forma de sus interacciones, sus comportamientos y para rectificarlos cuando estos suponen un daño para los demás o para sí mismo.
Por hoy nos hemos centrado en desmitificar algunas ideas asociadas a la ira, en post posteriores iremos analizando otros aspectos de este tipo de comportamiento que tanto daño provoca interna y externamente.