Mamadou Dia es un chico senegalés que un día se embarcó en la durísima aventura de subirse a una patera con el fin de vivir "el sueño europeo" y recorrer cientos de kilómetros que separan su país del nuestro. Este es el principio de la historia de este libro, que hace un año cayó en mis manos, y que hace unos días me acompaña en mi habitual trayecto en tren camino a la oficina.
La terrible noticia del naufragio de la embarcación en la isla de Lampedusa, que ha dejado 300 muertos, no me ha dejado indiferente y he querido conocer un poco más sobre esta historia, que es la historia de muchos otros que cada día huyen de su país en busca de un futuro para ellos y sus familias. Entonces me acordé y fui directa a la estantería para coger el libro "3052", y me preguntaba a qué correspondería este número. ¿Horas? ¿Minutos? ¿Personas?...
"3052" es el título de esta historia, el número de los kilómetros que recorrió este joven desde su ciudad hasta su lugar de residencia actual en Murcia. Mamadou Dia cuenta este relato en primera persona y nos acerca a las historias de muchas personas que abandonan su país hacia un destino remoto y desconocido.
A través de sencillas palabras, Mamadou Dia nos guía en su aventura, nos cuenta que consiguió reunir el dinero para colaborar en la compra de una patera, y cómo se embarcó junto con 83 personas más, consciente de que estaba jugándose la vida, con el propósito de ayudar a su familia. "Sabía que dejaba a mi madre preocupada y eso me dolía en todo mi ser" "Ella no iba a comer ni a dormir ni a estar bien durante los días que durara este viaje hasta que le llamara para decirle que habíamos llegado".
Aquí os dejo algunos fragmentos de esta cotidiana y extraordinaria historia, que sin duda nos hará reflexionar y ponernos en la piel de aquellos que resisten y se atreven a cruzar un océano de dificultades.
(...)"La carga de la patera era enorme y se componía de tres mil cien litros de gasolina y otros treinta de agua; tres sacos de cincuenta kilos de arroz, cuarenta kilos de pasta, tres motores de cuarenta caballos de potencia, cuatro botellas de butano, ochenta y cuatro personas y el equipaje de los pasajeros". Pasajeros que compartían futuros proyectos, como el de ganar dinero, construir una casa y llevar a sus madres a la Meca. "Nos imaginábamos la vida que nos esperaba en España".
Mamadou hace reflexiones sobre su condición de inmigrante. "Me parece injusto que unos tengan derecho de viajar hacia donde quieren y cuando quieren y otros no. No entiendo por qué un africano, sea cual sea su condición, no pueda viajar hacia donde quiera." (...) "Muchos pensarán que hacemos este viaje para olvidar para siempre nuestras tierras, pero no es así. Vamos a la búsqueda de un potencial que nos permita volver un día y vivir en África".
Narra cómo vieron una isla en el horizonte, que después resultó ser un espejismo creado por las ansias de llegar a tierra trayendo de nuevo la desesperanza a bordo. Y también cuando llegó ese gran momento esperado por todos: "De repente, salió un helicóptero hacia nuestra dirección. La esperanza volvió a la patera. Unos minutos después se acercó un barco de "Salvamento Marítimo". ¡Estábamos salvados!" "Del barco salió un hombre vestido con traje de protección blanco, con guantes y una máscara. Se acercó y nos preguntó si alguien hablaba español pero nadie respondió"
A través de los ojos de Namadou Dia podemos vernos también a nosotros, la sociedad española vista desde el contraste, desde la mirada del "otro", del extranjero que llega a un lugar desconocido. "Al segundo día de estar en Castellón me di cuenta de algo: aquí nadie caminaba sobre la tierra. Habían conseguido, con los avances, echar cemento en toda la superficie de la ciudad" (...) "Mucha prisa, muchísima prisa, la gente caminaba muy rápido..." (...) "Veo que en las calles hay muchos calvos" (...) "Aquí hay mucho ruido".
Y que como extranjero recién llegado a un nuevo mundo, vive la soledad, no conoce a nadie, ni sabe el idioma.
"Al sexto día de viaje se había terminado toda la comida y al séptimo era ya el turno de la gasolina y de la fuerza vital. El ambiente era de espera de la muerte. En silencio, uno sentado encima del otro; así todos, pero nadie se quejaba ni se preocupaba porque para cada uno de nosotros solo una cosa tenía importancia, la muerte, y nada más. En los rostros de mis hermanos se veían los sueños perdidos."
No puedo dejar de preguntarme sobre este viaje que trajo a nuestros barrios a jóvenes de otro continente, de los que sé muy poco o nada, y de los que quisiera saber más, acercarme a ellos y prestarles mis oídos y mis manos. Ese viaje aún continúa... en un trayecto lleno de dificultades, que nada tiene que ver con mi realidad, con mi rutina y con los problemas a los que cada día me enfrento. Seguramente, para Mamadou mis problemas sean como un vaso de agua frente a ese océano al que un día se enfrentó para llegar donde está.