Cuando estamos limitados de recursos, siempre nos queda el ingenio para solucionar los problemas.
Con solo verla podía adivinarse que la tierra estaba dura. El anciano deslizó sus pies sobre la superficie y descubrió que bajo el color marrón de su huerto, se extendía un manto oscuro que indicaba la gran densidad de un terreno que hasta hace poco había estado húmedo.
Le costó inclinarse para golpear con su pequeño pico de jardinero, y cuando lo consiguió dejó escapar todo su oxígeno con cada golpe, sintiendo la extraña sensación de que sus pulmones estaban recalentando su torrente sanguíneo. Esta sensación le hizo sudar y jadear, pero pese al esfuerzo, apenas había rascado la superficie.
No estaba acostumbrado a dejar el huerto antes de que la tierra pudiera calentarse con el sol recibido durante la mañana, pero tuvo que sentarse resollando en el sofá del salón. Desde su posición miró la foto de su hijo, con el que cada año había trabajado aquel terreno para poder saborear los tomates de temporada.
"Es un buen chico", pensó pese a los problemas con las drogas que le habían llevado a la cárcel. "Pueden decir lo que quieran, pero es un buen chico", se repitió durante minutos. Aún con las canas húmedas por el esfuerzo agarró su pluma y se decidió a escribirle una carta:
A los dos días la casa del anciano se llenó de policía y agentes del FBI, que esgrimían una orden de registro. Ante las preguntas del anciano, le explicaron que su hijo le había intentado mandar una carta en la que reconocía un grave delito del que nadie tenía conocimiento:
Por un momento quedó petrificado y pensando que todo aquello era imposible. Su hijo había cometido muchos errores pero, ¿había sido capaz de tales barbaridades?
Durante varios días, se rastreó el terreno sin encontrar ningún cuerpo hasta que, repentinamente, los investigadores y sus máquinas excavadoras se marcharon.
Entonces, poco tiempo después recibió una carta de su hijo que abrió con nerviosismo: