Se dice que el hambre agudiza el ingenio, y parece que esta afirmación, más allá de un dicho popular, es una realidad. Al menos así parecen confirmarlo los estudios.
La responsable de esto sería la grelina, la hormona que regula nuestra sensación de hambre y que se segrega en el estómago e intestino. Cuando tenemos hambre podemos encontrar altas concentraciones de esta sustancia y, por el contrario, su concentración es mínima si nos sentimos saciados.
Pero la grelina parece que no sólo está relacionada con el hambre que sentimos. También otras capacidades intelectuales se activan con su aumento.
Así se vio en un estudio llevado a cabo con ratas en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), a las que se les inyectaba grelina en el sistema nervioso central. Lo que se observó fue que los animales en los que se había incrementado los niveles de esta hormona mostraban más hambre así como más ansiedad, pero también se encontró un evidente aumento en su capacidad para retener información.
La clave parece ser que cuando se comienza a segregar la grelina, el cerebro se pone en marcha con el fin de encontrar los alimentos que necesitamos. Esta estimulación activa, a su vez, otras funciones como el aprendizaje y la memoria, ambas relacionadas con la inteligencia.
Según los expertos, la relación existente entre hambre y la agudización del ingenio es, en el fondo, un factor adaptativo: para buscar alimentos necesitamos esas habilidades relacionadas con la inteligencia analítica.
Esta relación entre memoria e ingesta resulta especialmente relevante si tenemos en cuenta que dedicamos un espacio importante de nuestra vida a conductas relacionadas con comer y beber. Por tanto, controlar qué se come y cuándo puede tener grandes consecuencias no sólo en nuestros hábitos alimenticios, estado físico y salud, sino también en nuestra capacidad de retener información y, en general, en nuestro potencial intelectual.