Últimamente el tema de los zombis gusta bastante. Está de moda la serie "The Walking Dead", que para aquellos que no lo sepáis, se desarrolla en un mundo destruido como consecuencia de una pandemia en la que los muertos se convierten en zombis cuya única afición es perseguir y atacar a los pocos supervivientes que todavía habitan el planeta, en concreto en EE.UU. que es donde se desarrolla la historia. Según un anuncio que se emite en estos días, sirve de tema de conversación entre propios y extraños.
Hay que añadirle otra serie también actual sobre el mismo tema "Z Nation" o la película que protagoniza Brad Pitt, "Guerra Mundial Z" (2013). Está claro que la temática gusta y engancha.
El último input que he recibido es una novela que recién me he leído en Navidades: "Los caminantes", escrito en 2009 por Carlos Sisí y que es el primero de una saga sobre los zombis. Me llamó la atención porque toda la acción transcurre en Málaga y alrededores. "¡Zombis españoles y andaluces! No me lo puedo perder" pensé y sin pensarlo me compré el libro. Decir, que también disfruté de la lectura de "El héroe discreto", escrita por Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de literatura 2010 (lo introduzco como prueba de que no estoy movido por un irrefrenable ramalazo friki hacia la temática zombi).
La cuestión, y donde quiero llegar, es que sistemáticamente en los escenarios planteados en todas las ocasiones, series, películas o libros sobre zombis, lo que más miedo da no son los zombis resucitados sino los vivos (y coleando). En casi todas las ocasiones se muestran escenas o episodios en las que unos supervivientes tratan de salir adelante, de sobrevivir, y en la mayoría de los supuestos, el problema no es sobrevivir a los zombis sino a otros seres humanos vivos que representan lo peor de lo peor del ser humano. Los supervivientes tienen que luchar por salvar su vida porque otros seres humanos quieren quitarles sus pertenencias, quieren quitarles la comida o quieren comérselos directamente dado la escasez de alimentos, quieren matarlos para quedarse con las mujeres, quieren matarlos sin más, por poder, por miedo, por diversión.
Los zombis representan aquello que es una amenaza invariable que siempre reacciona igual y que si no lo gestionas bien acabas entres sus dientes, finalmente como uno de ellos. Pero son tan peligrosos como el frío o el calor en exceso, como la falta de alimento o la falta de agua, como el mar, el desierto o la montaña. Un factor que es peligroso porque no tiene elección. Es así y punto. El ser humano se adapta, aprende a convivir con ello y llega a controlarlo. Sin embargo, las otras personas, los iguales, los que todavía siguen siendo humanos, "¡ay amigo!, eso es otro cantar". Esos sí que son peligrosos e impredecibles. ¡Ojo!, no todo lo que se ve es lo peor del ser humano. Dicen que las guerras generan héroes porque entre tanta inmundicia el contraste de cualquier acto solidario cobra unas dimensiones enormes.
Pero bueno, después de todo es ficción. Solo son supuestos. "- ¿Qué pasaría si...?" Nos gusta hacernos esos planteamientos. Vamos a destruir la humanidad de alguna manera (zombis, ataque extraterrestres, condiciones climáticas, guerra nuclear...) y después imaginemos qué pasa, cómo nos organizamos, cómo convivimos... Elucubraciones.
Ayer por la noche, después de sentir rabia (ficticia) porque un personaje malo malísimo ataca, roba y destruye a uno de mis personajes favoritos, me puse a ver el primer capítulo de la serie documental "En tierra hostil", que estrenaban en Antena 3. La serie es un recorrido por los lugares más hostiles del planeta: Venezuela, Colombia, Congo, México, Brasil, Mali... donde hay españoles residiendo rodeados por la violencia más extrema y algunos de ellos sufriendo sus consecuencias.
El primer capítulo se desarrollaba en la República Democrática del Congo entorno al coltán. Para el que no lo sepa, el coltán es un material imprescindible para el desarrollo tecnológico. Smarthphones, tabletas, videoconsolas, televisores... hasta en las prótesis y los satélites espaciales está presente el coltán. Si estás leyendo este post, tienes sin lugar a dudas una pizca de coltán a no menos de unos centímetros, en tu PC, en tu Smartphone o en tu tablet, depende de dónde lo estés leyendo. En este país están el 80% de las reservas mundiales. Todas las compañías del mundo, fabricantes de estos aparatos tecnológicos, compran legal o ilegalmente este material en el Congo.
Este material compuesto por columbita y tantalia (de ahí su nombre "col-tan") permite crear condensadores muy pequeños que además aguatan bien altas temperatura y de difícil oxidación por no hablar de su superconductividad. Un material único para uno de los consumos más punteros de nuestra época.
Y siendo esto así, y pudiendo ser la República Democrática del Congo un vergel, con amplias y numerosas infraestructuras públicas, una alta renta "per capita", es como el peor escenario de las series de zombis. Pero no aquellas en las que los zombis matan a humanos, sino en las que los humanos matan a los humanos. La guerra para controlar y comercializar el coltán se cobró 3,8 millones de muertos entre 1998 y 2003. A pesar de estar ocupada por la ONU, hoy en día sigue siendo un país donde la corrupción hace posible que existan todo tipo de pillajes, violaciones, muertes e injusticias en general. Todo para que nuestros móviles funcionen más rápidamente, también para salvar vidas (¿tantas como las que se pierden para conseguirlo?).
No voy a dar más datos porque no es el foco de mi reflexión, podéis ver el capítulo en internet o buscar información en los múltiples lugares que hay. Terminé de ver el capítulo y seguí la lectura de mi libro de zombis, y nada había cambiado. Las escenas de degeneración humana eran un continuo que saltaban de las minas de coltán del Congo a las calles de una Málaga ficticia donde los seres humanos se dedicaban a matarse entre sí en lugar de intentar sobrevivir todos unidos.
Por cierto, si acaso te pareciera un tema demasiado fuerte, propio de este género macabro, te invito a asomarte al otro libro citado, donde comprobarás, a través de las historias de Felícito Yanaqué y Ismael Carrera, convertidos en personajes protagonistas por Mario Vargas Llosa, que el ser humano, puesto a ser miserable, no tiene medida.