Manejando la frustración

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José Luis Bueno Blanco

 

¿Qué haces cuando no consigues lo que esperabas? Cuándo insistentemente intentas algo y por una razón u otra no lo consigues. En estas ocasiones, que son habituales, algunas más intensas que otras o con consecuencias más graves que otras, se nos generan toda una serie de emociones de carácter negativo: frustración, rabia, miedo, pena, aburrimiento, cansancio, etc. En cada caso puede variar, tanto la intensidad como el tipo de emoción.

Podemos poner como ejemplo situaciones en las que pierdes un tren, al llegar al lugar donde vas ya está cerrado, no hay entradas cuando te acercas a la taquilla, no queda la prenda de tu talla, no eres el ganador en la competición, etc. Seguramente que podrás reconocer cientos de situaciones en tu vida en la que te ocurrió.

Estas situaciones tienen un efecto inmediato al que me estoy refiriendo que es la emoción desagradable en la que te ves sumido en ese momento y en segundo lugar están las consecuencias posibles y futuras que pueda conllevar. Por ejemplo, si pierdo el tren no llegaré a una reunión importante a la que tenía que asistir y en la que era vital mi presencia. En ocasiones como ésta pasas a dejarte imbuir por las emociones anticipadas sobre las consecuencias de no asistir a la reunión.

Personalmente considero que, independientemente de lo que depare el futuro, la primera emoción me resulta muy desagradable y a la vez poco práctica. Acabo de rozar el coche en un acto tonto, totalmente evitable. En este momento me invade la rabia porque a raíz de un acto descuidado y totalmente evitable he provocado una situación que me traerá dolores de cabeza para repararlo, un coste extra y elevado.

En este caso, la primera opción es la de flagelarme, autoculpabilizarme, insultarme y echarme la charla. Posteriormente, para liberar presión, busco mentalmente una causa externa que pueda explicar el suceso y por tanto liberarme de la culpa y delegarla "El otro vehículo estaba mal aparcado", "No lo vi porque la señal me impedía la visión", "El árbol se me echó encima", "No sé qué me pasó que me mareé", etc. En ese caso cambiaría la emoción por otra que, aunque también negativa, no tan feroz.

Existe otra variable además de la intensidad negativa de la emoción y es la durabilidad. Cuánto tiempo estás con el "run run". Te dura un rato, un día, una semana, toda la vida...

Para estas ocasiones, mis estrategias suelen variar en función del hecho en sí, pero todas tienen un objetivo, reducir lo máximo posible las emociones negativas que se han generado. Creo que es necesario que exista un duelo en el que se reconozca la emoción que se ha generado y nos sirva como una acto aleccionador sobre las consecuencias que tiene no hacer lo necesario para evitarlas si es el caso (por ejemplo, conducir con más atención), pero a partir de ahí salir del pozo emocional lo antes posible.

Para eso contamos con nuestra capacidad de autoconvencernos y autogestionarnos que tan buenos momentos nos da. Voy a contaros una a la que yo suelo recurrir en algunas ocasiones. Se trata de una fábula o un chiste. No estoy seguro porque desconozco la fuente y no sé quién me lo contó en qué lugar lo escuché, pero que desde entonces me ha acompañado.

"Érase una vez un hombre que se encontraba en una ciudad y al día siguiente tenía una reunión muy importante en otra ciudad a la que solamente podía llegar en avión.

Preocupado por quedarse dormido, tomó todo tipo de precauciones. Salió a comprar un despertador ya que se alojaba en un hotel. Lo puso en hora y fijó la alarma a una hora que le garantizaba llegar con tiempo al aeropuerto. No obstante también puso la alarma del teléfono y avisó en recepción para que le despertaran a la misma hora.

Cuando abrió los ojos y miró el reloj se puso pie de un brinco y totalmente nervioso. Se había quedado dormido. No había escuchado el sonido del despertador, ni del teléfono ni de la recepción. Comprobó que el teléfono se había quedado sin batería y el despertador que había comprado estaba defectuoso porque se había parado varias horas antes.

Rápidamente se vistió y bajó a la recepción. Allí descubrieron que la anotación que habían hecho para recordar llamarles se había traspapelado. Pidió la cuenta rápidamente y al parecer el terminal para pagar no funcionaba. Cada paso que daba se encontraba un problema que le retrasaba. No iba a poder embarcar.

Finalmente pagó y pidió un taxi. Llegando el aeropuerto el taxi tuvo un pinchazo. Desesperado se plantó en medio de la carretera hasta que otro taxi le paró.

Llegó y ya estaba cerrada la puerta de embarque. Insistió, pidió por favor, rogó que le dejaran montar. Finalmente lo consiguió.

Minutos después de que el avión despegara, tuvo una avería en uno de los motores y se precipitó al vacío. Se pudo ver, cómo encima del cuerpo sin vida de nuestro personaje había un ángel, su ángel de la guarda que lo miraba con pena y le decía: "Lo siento, he hecho todo lo que he podido. He parado el despertador, agotado la batería del móvil, traspapelado el recordatorio en recepción, retrasarte en el pago, pinchar la rueda del taxi... pero finalmente no he logrado impedir que embarcaras en el avión".

Esta fábula, carente de todo respaldo real, me ayuda, en alguna ocasión a mitigar la frustración que me provoca intentarlo y finalmente no conseguirlo en esa ocasión.

 

 

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