"El que siembra vientos recoge tempestades", dice el refrán. Seguro que así es. La sabiduría popular no comete errores de percepción. Sin embargo, quiero aportar otro punto de vista al refrán, quiero señalar un efecto secundario, una derivada, un spin-off que puede pasar inadvertido. "El que siembra vientos, de manera contínua y persistente, sobre todo se convierte en un sembrador de vientos experto". Puede parecer una obviedad, y seguramente esa sea la causa de no prestarle atención.
Hace ya muchos años me responsabilicé de algo importante. Tenía ante mi una batería de situaciones que tenía que resolver. Algunas eran situaciones diarias, otras tenían una perodicidad mayor, algunas esporádicas, otras inesperadas. Todas ellas merecían mi atención y mi preocupación. Mi dedicación no estaba exenta de emoción, como digo, cada una de las situaciones me preocupaba. Una preocupación que se puede describir como una cierta ansiedad a la incertidumbre, al "¿seré capaz?", al "¿cómo lo voy a solucionar?", al "¿y si no lo logro?".
Y así, poco a poco, casi de manera imperceptible fueron pasando los días, los meses, los años, las responsabilidades, problemas, objetivos, y todo tipo de asuntos que merecían preocuparme y ocuparme de ellos.
Podría pensarse que finalmente, con tanta experiencia, me he convertido en un "soluciona-dor", en un "afronta-dor". Y seguramente que es así, de la misma manera que el que siembra vientos recoge tempestades. Pero también es cierto que me he convertido un experto "preocupa-dor". He conseguido moldear mi cerebro con todos sus mecanismos físicos y químicos de tal manera que es una perfecta máquina de "preocuparse".
Soy tan bueno "preocupándome", que primero me preocupo y luego busco el motivo. Mi cuerpo reacciona tan rápidamente, que anticipa cada movimiento preparándose para lo que va a venir. Es una gran ventaja aparentemente, o al menos adaptativa, ya que la ansiedad anticipatoria me augura "problemas a la vista". Luego yo solamente tengo que buscarlos y detectarlos.
Incluso he observado que ninguna situación conflictiva consigue ya preocuparme o generarme tanta ansiedad como lo hace mi cerebro en modo automático.
Es más, cuando me enfrento a un episodio de riesgo, estoy ya tan preparadamente para la preocupación que incluso no puedo dejar de sentir un "pues vaya, tampoco es para tanto". He aprendido a preocuparme de una manera tan incisiva y perfecta que ya no suelo encontrar ningún problema que me preocupe, lo que me deja más recursos libres para simplemente "ocuparme".
A veces siento que todo a mi alrededor está sanamente controlado y ese hecho precipita una alerta global ya que al no detectar ningún foco amenazante siento que puede proceder de cualquier lugar y hago un barrido 360º para encontrar algún indicio al que dirigir mi atención.
En fin, a base de preocuparme en resolver problemas para no sentir preocupación, me hice un preocupado con dedicación exclusiva.
Aunque eso ya es agua pasada. Desde ayer que lo descubrí, ya solamente me ocupo.