Dicen que la vida comienza cuando salimos de nuestra zona de confort y por eso nos animan a salir de ella. Pero a veces nos encontramos fuera sin quererlo ni estar preparados para ello.
Salir de la zona de confort es importante. No sólo importante sino también necesario. Lo sabemos e, incluso, a veces lo intentamos. En el mejor de los casos, lo conseguimos.
El problema es cuando la salida no se produce voluntariamente ni se nos da tiempo para prepararnos. Simplemente, te sacan de la zona de confort a empujones, cuando menos te lo esperas. Entonces te encuentras que las cosas han cambiado de golpe y porrazo, no sabes cómo ni por qué y, menos aún, tienes la capacidad de respuesta para afrontarlo.
La sensación inicial es de parálisis. Te encuentras sobrepasado y confundido. Todo lo que sabías y tu forma habitual de comportarte dejan de ser útiles. No sabes qué hacer y lo que tienes enfrente te parece un precipicio imposible de salvar. Pero ya no hay vuelta atrás. El camino sólo va hacia delante y seguir con la mirada puesta en lo que has dejado a tu espalda no te va a ayudar a avanzar.
Cuanto más súbito y drástico haya sido el cambio, más complicado te resultará. Cuanto más asentado estuvieras en tu zona de confort, más seguro y acomodado te encontraras en ella, más de improviso te pillará el cambio y más difícil te resultará enfrentarte a él.
Pero como todos sabemos (al menos racionalmente), la vida es cambio, e intentar resistirnos a él es un esfuerzo vano. Y el cambio es también incertidumbre. No siempre supone una mejora, pero nos guste o no, cuando se produce un cambio sólo tenemos una opción: adaptarnos lo mejor posible. Como decía Viktor Frankl: "Cuando no somos capaces ya de cambiar una situación, nos enfrentamos al reto de cambiar nosotros mismos".
Así que en ese punto del camino lo importante es dar el primer paso. Ese paso que supone comenzar a movernos, empezar a avanzar de nuevo. Y ese primer paso es la aceptación.
Aceptar que ya no es lo mismo y que, probablemente, nunca volverá a serlo. Quizá no tenga mucho sentido perder mucho tiempo analizando cuánto hemos perdido, si la situación es mejor o peor, qué consecuencias negativas tendrá... Seguro que es mucho más útil centrarse en qué beneficios podemos encontrar o, al menos, cómo sacar el mejor partido a lo que hay.
Aceptar alejándonos de la posición de "víctimas" del cambio. Dejar de vernos a nosotros mismos como efectos colaterales de algo que ha sucedido y sobre lo que no tenemos control y pasar a una visión más proactiva: reconocer que tenemos miedo, pero centrarnos en nuestros puntos fuertes para no sólo afrontar los obstáculos sino intentar aprender y mejorar.
Y después, tenemos que seguir dando pasos. Pequeños pero decididos. Pasos que supongan: