Más vale ignorar que lamentar

¡La vida es como Windows, todo se basa en aceptar, cancelar, ignorar y reintentar!

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Nuria Fernández López

Una de las cosas que la experiencia y los años nos enseñan es a ignorar aquello que no nos "hace bien".  Normalmente, este aprendizaje requiere de tiempo y de la vivencia de distinto tipo de experiencias.

Aprender a ignorar es una de las habilidades más adaptativas y que más sufrimiento nos puede ahorrar. La ignorancia en muchos casos  se convierte en una cuestión de salud mental y emocional.

El problema reside en que aunque es de sentido común y hasta parece fácil, en  realidad es una habilidad muy difícil de incorporar a nuestro bagaje personal.

La ignorancia debemos dirigirla en dos sentidos, hacia fuera y hacia dentro. Hacia fuera aprendiendo a no prestar atención a comentarios, hechos, actuaciones, comportamientos de otros que no tiene más intención que  hacer difíciles las relaciones. Hay muchos conflictos que pudieran haberse evitado con una buena ignorancia a tiempo. Prestar atención a según qué,  no aporta más que desgaste emocional,  ya que la atención prestada actúa como combustible de una hoguera, que no hubiese ardido si hubiésemos sabido ignorar en la justa medida.

Por otro lado,  debemos tanto como lo anterior, aprender a ignorar nuestros propios pensamientos rumiatorios. Esos pensamientos que se instalan en nuestra mente y que una y mil veces nos llevan a reflexiones que lo único que hacen es generar angustia, miedo, preocupación, ansiedad, etc. Normalmente  ambas casuísticas van de la mano, y una es provocadora de la otra y viceversa.

 

Por poner algunos ejemplos sobre los que dirigir nuestra ignorancia:

  • críticas no constructivas
  • acciones o comentarios en las que intuyamos malas intenciones
  • comentarios o acciones con intención de crear inseguridades y frustración
  • cosas que no podemos controlar
  • comentarios o acciones con intención de menospreciarnos
  • "salidas de tono"

Todas esas palabras, comentarios, actos, sentimientos, emociones pueden resultarnos altamente tóxicos y  perjudiciales.  La ignorancia no es otra cosa que conseguir que lo que alguien haga o no haga, diga o no diga, no nos afecte. Que seamos capaces de mantener las distancias,  y de darle a nuestra mente la oportunidad de descargarse y de liberarse de la presión que suponen determinados tipos de pensamientos.

La manera de conseguirlo es aprender a trabajar sobre nuestro diálogo interior, puede que resulte costoso al principio, como cualquier otra habilidad, pero también es cierto, que  los resultados comienzan a notarse bien pronto en nuestra salud emocional.

Debemos reconocer nuestros errores y aceptar lo que no podemos cambiar y lo que sí, aprender de las diferencias y vivir sin remordimientos, culpas y odios. El caso contrario nos lleva a volvemos esclavos del rencor y los malos sentimientos, enfadándonos con facilidad y potenciando las rivalidades.  Algo de lo que sin duda podemos escapar con el ejercicio de una buena "ignorancia a tiempo".

 

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