Nuevo caso de lo que en psicología social se ha llamado "el efecto espectador" o "síndrome del mal samaritano"
El 13 de marzo de 1964 Kitty Genovese salió tarde del trabajo. A las 3:15 de la mañana, casi en la puerta de su casa, en una calle de Queens, Nueva York, fue apuñalada hasta la muerte. 38 vecinos que se asomaron a sus ventanas al oír los gritos de terror de la chica. Nadie movió un dedo por ella, ni siquiera llamaron a la policía.
Parece increíble que algo así pueda ocurrir, pero ocurre. La psicología social lo ha denominado "efecto espectador" o "síndrome del mal samaritano", y supone que es menos probable que alguien intervenga en una situación de emergencia cuando hay más personas que cuando se está solo, ya que los observadores asumen que serán los demás los que intervendrán y, finalmente, nadie hace nada.
El caso de Kitty tuvo tanta repercusión que este efecto se ha llegado a denominar también "síndrome Genovese" o "efecto Genovese".
Tristemente, se ha vuelto a repetir algo similar en el mismo barrio, Queens, en la misma ciudad, Nueva York. El relato pone los pelos de punta y sería más fácil ignorarlo como si fuera algo que no hubiese ocurrido o pensar que si fuéramos nosotros, no actuaríamos igual. De hecho, situaciones similares aparecen constantemente en los medios (tenemos ya varios casos de palizas en el metro, por ejemplo).
Yo, personalmente, pasé el otro día al lado de una persona tirada en el suelo en la Gran Vía. Aparentemente era un "sin techo" durmiendo en la calle, así que no hice nada. Ni yo ni las miles de personas que paseaban un sábado por la tarde por esa calle. Dos horas más tarde, dos trabajadores del Samur hablaban con él. Quizás alguien sí había hecho algo.
Es difícil saber cómo actuaríamos en una situación como la de Kitty, pero lo que sí creo es que es importante que seamos conscientes de que puede pasar porque sólo así tendremos la oportunidad de actuar en consecuencia. Saber cómo funciona la psicología humana en estos casos puede evitar que se diluya la responsabilidad y, sobre todo, debemos pararnos a analizar los valores en los que se basa nuestra sociedad y las opciones que tenemos para cambiarlos.
Se llamaba Hugo Alfredo Tale-Yax. Tenía 31 años y nació en Guatemala. Era uno de tantos inmigrantes anónimos que se quedó sin trabajo y sin techo. Murió apuñalado, en las aceras de Nueva York, por intentar defender a una mujer durante un atraco. Estuvo tirado durante más de una hora en plena calle, junto a un charco de sangre. Veinticinco personas pasaron a su lado; casi todos le ignoraron.
El vídeo de una cámara de seguridad, en la calle 144 de Jamaica, Queens, recogió su agonía y muerte ante el trasiego de viandantes. Uno llegó a moverle, vio la sangre reciente y siguió su camino. Otro le hizo una foto con el móvil. Pero la mayoría no ralentizó siquiera el paso.
En todo ese tiempo, la policía recibió únicamente dos llamadas alertando sobre la presencia de un hombre herido en plena calle: las dos dieron la dirección equivocada. La tercera llamada, a las 7,21 de la mañana, sirvió por fin para que la policía diera con el paradero del inmigrante guatemalteco. Ya estaba muerto.
Su cadáver será repatriado, mientras la policía busca al asesino y la ciudad entera se pregunta hasta qué punto hemos llegado de insensibilidad e indiferencia ante el drama humano.
"La gente se preocupa sólo por sus propios asuntos", explica al New York Times Juan Cortez, inmigrante también, ganándose la vida con el reciclaje de latas. Alexis Pérez, superintendente del edificio frente al que ocurrió la puñalada, se justificaba alegando la cantidad de "borrachos" que transitan la zona...
Puede que mucha gente no reparara en que Hugo Alfredo estaba malherido o muerto. O puede que sí, pero todos estaban demasiado concentrados en sus propios pasos como para reparar en el charco de sangre en plena acera, como lo demuestra el escalofriante vídeo difundido por el New York Post.
Agonía y muerte de un buen samaritano en Nueva York (www.elmundo.es)